Y ahora si, se está acabando el curso, muchos casi no os acordaréis de lo que sentisteis cuando vuestros hijos se incorporaron a la escuela. Con la matriculación, ahí, esperándoos estaba uno de los grandes retos en la vida de los niños «la adaptación a la escuela».
Hoy, escribo sobre este momento trascendental, para todos los alumnos nuevos. No estaría de más, para los antiguos, hacer una reflexión sobre cómo lo vivistéis, porque aunque esté superado, el enfoque y el tratamiento que dieséis se puede extrapolar a tantos otros momentos de la vida de los niños, en los que los padres tendréis que tomar la decisión por y para ellos, pero en los que, en definitiva, van a ser los niños, con su capacidad y su competencia quienes los tengan que afrontar.
Como me resulta difícil desvincularme de mi perspectiva de maestra y la visión didáctica de las cosas, si no os importa, empiezo situándonos. ¡Un poquito de conceptos previos! para saber dónde nos encontramos. El comienzo del niño a la vida de la escuela es el proceso de ajuste resultante del conflicto que se da ante la primera separación de «lo que conoce» para adaptarse a «lo desconocido», además en un período crítico del desarrollo, en el que están en pleno proceso vínculos emocionales. OBJETIVO: que el ingreso al centro se haga de la forma más adecuada.
En este proceso, somos tres las partes implicadas.
Primero, el niño, el protagonista. Después, la familia (incluidos abuelos, que en la incorporación del niño a la escuela también tienen algo que decir ¡y lo dicen!) Por último, nosotras, las educadoras de la escuela.
Los niños van a lograr asimilar esta separación si se hace de forma correcta.Aún así, hay que pasar por ella y es conveniente conocer que tiene efectos de tipo psicológico además de fisiológicos. En el plano psicológico nos encontraremos con un aumento de reacciones emocionales negativas, llanto excesivo, retraimiento, agresividad, rechazo a los alimentos… en el fisiológico, diarreas, palpitaciones, estabilización del peso corporal, descenso de la inmunidad natural a las enfermedades…¡Dios mío! ¡Qué horror! Y ¿por qué? Pues porque es un gran reto, en el que los niños pasan de un rol familiar, espacio conocido, es decir SEGURIDAD, a un rol socializante, espacio más amplio, desconocido, es decir INSEGURIDAD. Y además, lo tiene que hacer el niño, por sí mismo, eso si, con la ayuda de padres y educadores. Va a intentar convivir, compartir, relacionarse…
Bien, y ¿qué podemos hacer? y ¿cómo lo hacemos? De la naturalidad, apoyo y actitud de los padres, más la paciencia, comprensión, profesionalidad, ayuda , cariño y planificación de la escuela hay que hacer un cóctel que le proporcione, ese mes (más, menos) todo lo que le va a faltar.
EN LA ESCUELA:
El proceso de adaptación no se improvisa, se planifica para conseguir un clima de tranquilidad. Nosotras hemos de tener en cuenta unas pautas:
- ¿Qué busca el niño? Satisfacción de sus necesidades fisiológicas (alimento, higiene, descanso), sentirse protegido, afecto y aprecio, explorar el entorno. Para conseguir dar satisfacción a estas necesidades es imprescindible, primero establecer relación con los adultos, después crear vínculo afectivo con su educadora.
- Tener siempre como prioridad la individualidad. No nos gustan los planteamientos homogeneizadores, que quieren abarcar a todos por igual. Preferimos tener en cuenta rasgos y particularidades. Por eso os pedimos que nos rellenéis con calma los cuestionarios y que nos contéis, con detalle, las características personales del niño. Nuestra respuesta se ajustará a las manifestaciones de cada uno.
- Separación paulatina. En la misma línea que el apartado anterior. No hacemos una adaptación para todos, sino para cada uno. Los primeros días debéis estar, un poco, a nuestra disposición (mejor dicho, del niño) para poder ajustar el tiempo de estancia del niño en la escuela, según su necesidad personal. Si lo lleva bien, no hay que tomar grandes medidas, si no es así hay que aliviar la tensión procurando recortar horarios.
- Incorporación paulatina a la actividad de la escuela. No iniciamos, de forma estricta y rígida, la actividad propia de la escuela, toda nuestra forma de hacer, al principio va dirigida a permitir al niño, el conocimiento de adultos, compañeros y entorno, a través de la interacción, el juego, el afecto y en el caso de los más chiquitines, mucho contacto y cariño. Debemos proponer un entorno que satisfaga necesidades físicas y psicológicas. Conseguir que su sentimiento familiar se mantenga en el grupo y posibilitar el sentimiento de apego.
- Flexibilidad. Conjugando hábitos viejos/hábitos nuevos. Son pequeños pero cuando vienen a la escuela, en el libro de su vida ya hay páginas escritas. Les gusta el biberón caliente, o templado, le cantan para dormir, se agarra al dedo de su madre para sentirla próxima…necesitamos saberlo, conocer al niño, porque nos vamos a ajustar todo lo que podamos a sus vivencias para que el gran cambio (que implica muchos cambios) sea un poco más llevadero, debemos conectar con sus necesidades y proporcionarle seguridad, tranquilidad. Ya vendrán mejores tiempos, en que padres y educadores, reflexionemos sobre posibles cambios, mejoras en hábitos y ¡los afrontaremos!
- Edad de ingreso. La planificación hay que hacerla contando con las características de los niños. Algunas nos vienen ya dadas por la edad:
- Para niños menores de 5 ó 6 meses, apenas hay reacciones. Pueden echar de menos la forma de darles la comida, de dormir…»costumbres» ligadas a la satisfacción de sus necesidades, pero no siente pena cuando sus papás se van (aún no es capaz).
- Para niños de 6 a 9 meses. De tres a cuatro semanas. La adaptación más difícil. Ya diferencia las figuras, no hay lenguaje (limitación de sus posibilidades de expresión), siente miedo ante extraños. En esta etapa soporta mal la separación.
- Para niños de 9 meses a 2 años. Unas tres semanas. Mejor que la etapa anterior, pero en función de experiencias previas (mayor o menor contacto y comunicación con adultos extraños) En la escuela, el reconocimiento de la importancia que tienen los primeros años de vida para su futuro personal es el fundamento que no nos permite perder de vista que el mejor entorno para el óptimo desarrollo del niño debe asemejarse lo más posible a su propio hogar.
- Información a los padres. Es necesario que conozcáis nuestros horarios, para que, en la medida de lo posible, mantengáis una rutina que la incorporación a la escuela, no rompa.
LOS PADRES, ¿Qué tenéis que hacer?
El niño percibe las actitudes de sus papás. Ellos interpretan el mundo, las situaciones, a través de nuestra actitud, gestos, comportamientos. Es decir, la influencia de los padres en el proceso de adaptación es VITAL.
Es natural que haya temores y dudas (expectativas, ansiedad, inseguridad en el paso dado, grado de confianza en las posibilidades del niño y de la escuela), pero no nos debemos permitir el transmitírselos a los niños, que lo que necesitan es CONFIANZA y SEGURIDAD.
Si se vive con dificultad el momento, el niño va a reclamar con ansiedad la presencia de los padres que para él son su base de afecto y seguridad, con ello se dificulta, enormemente, la evolución del proceso. Si un niño acepta con desconfianza, con inseguridad, un centro, y percibe en los adultos en que se apoya, en quienes confía, que ellos lo ven igual ¿cómo puede confiar? ¿cómo podrá estar seguro? ¿no es fácil entender que le invada una profunda angustia al quedarse solo en un lugar dudoso?
A veces, los padres se sienten culpables, incluso hay algún abuelo que agrava ese sentimiento, por dejar al niño en la escuela. Hay que quedarse a solas con uno mismo y pensar si se ve el centro o no como un gran beneficio para la vida de tu hijo. Porque si no se siente así malamente lo podremos transmitir como positivo.
Debéis cuidar no sólo lo que le decís al niño, es obligado hablarle de la escuela, si es posible traerlo, algún día, antes del inicio del curso, pero también, es obligado «mirarse en el espejo» (esta técnica me gusta mucho últimamente), respirar hondo, no tener cara de ir al matadero (más bien como si fuésemos al Caribe). Nuestra mejor cara y sonrisa para una gran ocasión ¡no valen las trampas! Son pequeños pero nos interpretan de maravilla. Por un lado les decís ¡qué sitio guay! y por otro, la frase ¿no vas a llorar verdad? Vamos que si no se le había ocurrido al muchacho pues ya está ahí la sugerencia. Si al niño le es difícil la entrada, es bueno acompañarle a su clase, saludar a la educadora, compañeros y ¡despedirse del niño! No hacérselo demasiado largo.
Nosotras siempre estamos a vuestra disposición, para dudas, inquietudes, información sobre horarios, proyecto… si os sentís mal, la nuestra es una escuela abierta, cuando queráis podéis visitarnos. ¡Ver la realidad del niño os tranquiliza!
Vamos que como siempre ¡con fuerza!, ¡con energía!, ¡con ilusión! y esta vez tenemos que añadir ¡con paciencia! POR LOS NIÑOS.
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