Una de esas palabras que se convierten en estandarte de una actitud, de una perspectiva de las personas y de la vida. Forma parte de mi lenguaje, me gusta. Supone tesón, esfuerzo y generosidad fomentarla y un disfrute ver ejercerla.
En nuestro planteamiento educativo, es una seña de identidad. En la escuela, es el gran reto, apoyar a los niños, en lo cotidiano (desde saber moverse, abrochar un botón, comer, prescindir del chupete, saludar, ir al baño… ) para conseguir esa autonomía que en nuestra etapa tiene un carácter todavía funcional. Como siempre, como en todo, motivando y ayudando… hacia sus pequeños/grandes logros.
Suena bonito, supone una filosofía educativa, supone tener siempre presente que el niño debe sentirse protagonista de su vida, para tomar sus decisiones sabiéndose respetado y con confianza en sus posibilidades.
Suena bonito, es difícil. El mundo que le rodea tiene que ser coherente y seguro. Desde que nacen hay que tomar muchas decisiones, la alimentación, cuidados, relaciones… están sujetos a muchas situaciones, familiares, escolares, sociales y su necesidad de crecer, su energía, su imaginación no tienen límites. El mundo adulto moldea, canaliza, apoya o agrede esa explosión de vitalidad.
Desean aprender, tienen que conocerse, su cuerpo, su psiquismo… y esta construcción se elabora en sus relaciones con el mundo.
Buscan respuestas y ahí estamos los adultos. Dando ¿qué? ¿cuánta atención? ¿cuándo? ¿qué trasladamos al niño en nuestros actos?…
Un niño fortalecido positivamente tiene movilizadas todas sus funciones afectivas, intelectuales y físicas.
¡Ser sensibles al niño, permitir su autonomía, posibilitar su adaptación al mundo!
Hoy, el post es un deseo, una reflexión…
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