Estaba en una cafetería, al lado, en otra mesa, un grupo de niños y niñas. Entre los cuatro y los ocho años. Sus padres estaban en la barra, los pequeños dibujaban, charlaban.
A uno de ellos se le cayó una moneda al suelo. Yo casi di un salto por la sorpresa, ¡la moneda estaba de canto!, se mantenía orgullosa de su verticalidad. El chiquillo, asombrado también, aunque no tanto como yo, la recogió de inmediato y encontró una nueva diversión, la lanzaba una vez tras otra. Esperaba repetir el resultado. No se veía desaliento en su rostro, confiaba en que lo lograría sin más esfuerzo que lanzar y lanzar. Cuando se está con un niño no hace falta hacer muchas preguntas, basta con mirarle a los ojos ¡había OPORTUNIDAD!
Yo, empoderada de sabiduría por ser adulta, desde el segundo intento ya había sentenciado ¡no lo lograrás!
Efectivamente mi vaticinio fue premonitorio; sin embargo en la actitud del niño nada había cambiado. Veía tan posible lo que le había acontecido la primera vez como que volviera a pasar ¡y perseveraba! Me contagié de su ilusión.
Me fui para casa con la escena en la retina.
No tengo ni idea del cálculo matemático que habría que hacer para saber si esta experiencia podría volver a repetirse en la vida de este niño por más veces que lo intentara. Él seguramente no recordará este hecho como algo tan excepcionalmente fortuito que te toca una vez, si acaso, en la vida.
Lo que me dejó rumiando, fue el pensamiento del montón de posibilidades que descartamos en la infancia no por haber podido refrendarlas por nosotros mismos sino porque la desesperanza ¿la desmotivación?, de los que te rodean se cuela por las rendijas de mentes ansiosas de datos y les habla bajito, perseverante, temeroso, de limitación, de impotencia, de insuficiencia, de indefensión… y todo ello en nombre de la objetividad.
La motivación
Quizás sea una de las razones, no solo en esta fechas, por las que ya me dejo fluir desde hace tiempo, obviando la contundencia grisácea de los hechos y poniéndome a disposición del ensueño de recrear otros entornos.
Es época de mi carta de Reyes, la he escrito todos los años. Es época de caldo de cultivo de mi tendencia «repaso de creencias».
Siempre tiene ese trasfondo de los azules anaranjados radiantes de la no resignación.
Aunque en esta historia infantil que os he descrito me rendí pronto, creo en la fuerza de la magia, de la fantasía, de la espiritualidad en las actuaciones del ser humano. He vivido casi todo mi camino junto a niños y niñas de primera infancia y os puedo asegurar que para ellos no hay barreras, ni límites entre la realidad y lo que no lo es para… «otros».
Su motivación todavía no se ha esfumado.
Los niños pequeños también pueden enrollar el cielo o al menos eso creen, le pasaba a Magritte y era un genio en su arte.
Así de perturbadora es la experiencia de vida al lado de los niños ¡si te dejas influir por su mirada!
Curiosidad insaciable y combustible sin par. A su lado estamos nosotros, los adultos y, además ahora, adultos tocados por una pandemia. Andamos trucando la percepción o quizás sea la percepción la que nos invita al engaño. Sin embargo echo de menos que en ese proceso complejo que estamos haciendo para que la realidad no nos dañe se nos quede muy a trasmano el poder imperioso de la magia.
No os voy a seguir calentando las cabezas con todo lo que ya nos las embotan, la inseguridad, la incertidumbre, la tristeza…
Quiero escribir esta carta para solicitar o mejor dicho solicitarme mente limpia de realidades que acogotan. Como la de este chiquillo ¡la mente de la oportunidad, del desafío, del reto de mutar cómo vivimos lo que acontece! Se podría considerar un mecanismo de defensa para salir de este embrollo en el que estamos sumidos, no me importa el nombre. Sí sé que lo quiero.
Por eso mi carta de este año no es prolija en listado de lo concreto. Pido algo mucho más poderoso. El regalo inconmensurable de algo que no siempre está disponible: la motivación.
El periplo ¿desalentador?
La motivación, algo tan surrealista como la pintura de Magritte. Tan rotunda como la energía que movía al chiquillo de la moneda. Tan personal y sin embargo tan afectada por cómo se mueven los hilos en tu entorno intra e interpersonal ¡Somos seres sociales!
Imagino cuántas cosas quisiera cambiar con la que está cayendo. No dejaría apenas títere con cabeza, la sociedad está afectada de otro mal además del COVID, la carcoma de los cimientos que nos sustentan.
Parece que nuestra vida está plena en motivación ¡solo hay que echar un vistazo a las agendas! Soportar la acometida del virus, la enfermedad, las vacunas, los test, los duelos, mantenerse a salvo, informarse sin cesar, el mundo, atender al trabajo, a las obligaciones familiares, sociales, las pantallas, el dinero, el jefe, la pareja, los hijos, los abuelos, los amigos, los políticos, no aburrirse ¿o sí?, pasarlo bien ¿y cómo?… a veces la agenda da miedo ¿Dónde estamos cada uno de nosotros en la agenda? Sobre todo cuando el combustible para reaccionar a todo ello, la motivación, realmente no está agendado, no se contempla porque sencillamente duele el corazón.
El cambio
Llevo dos años entregada a cursos online. He conocido a personas de muchos países ¡esa lotería que toca, como al «chiquillo de la moneda», si acaso, una vez en la vida! Ha sido una experiencia conmovedora. Cuando todo alrededor hablaba de la «normalidad» perdida, he sentido el afán de padres, madres, profesionales, personas, lanzando «su moneda» para que cayera de canto, que la «normalidad» fuera otra la de lo «extraordinario».
Intentar lo distinto en tiempos inciertos, con gestos tan sencillos como conversar pausadamente con sus hijos, relacionarse con complicidad con su pareja, comunicar amablemente con compañeros… o sin ir más lejos, verse y reconocerse a sí mismos, con el gozo de la aceptación de nuestra imperfección ¡Así de cerca está la revolución de humanidad cuando nos atrevemos a revisar en qué hemos puesto nuestra motivación!
Aunque cambiar la vida del hogar, de los colegios, de la sociedad, puede parecer estadísticamente tan improbable como la experiencia azarosa del niño de la cafetería, si te paras, si das el margen a la vida, se observa la fascinación en muchas miradas, a veces hasta la conmoción, de hacerse consciente de que se pueden desterrar muchos lastres que nos restan el deleite de perseguir retos. Hay también momentos en los que caemos en el desánimo, como si los retos fueran tan inalcanzables como el equilibrio de la moneda. Muchas personas, pierden su poder de elección, se conforman, creen algo que no han comprobado y así permanecen el resto de sus vidas ¡sin darse, darle, una oportunidad a la seducción del cambio de sus propias vidas!
Se esconde la motivación porque se ha perdido el coraje.
En los talleres he intentado mostrarme fermento, catalizador, de esa energía abandonada que es la que nos salva como personas. La llevamos dentro. Esa energía es entre otras claves «dedicar tiempo» a abordar lo sustantivo en vez de ir por la vida «como pollos sin cabeza» ¡Tanto hemos conseguido engañar a nuestro propio cerebro con lo que realmente es imprescindible para SER!
Han cambiado muchas cosas en estos dos años. Vivir cada jornada pensando en sobrevivir a base de no conectar con los congéneres cambia fisiológicamente el cerebro de una manera que resulta paradójica para la mente humana.
Sin embargo y a pesar de todo lo trasegado seguimos necesitando urgentemente lo que nos da vida: no está fuera la solución, la llevamos dentro.
Hacernos conscientes de nuestra vulnerabilidad actual, abrazar nuestros miedos y así, cuando la vida se pone difícil, encontrar la guía de vuelta a un mundo mejor. Solo hay una fórmula, RESONAR como persona, motivarse para tratarse bien, en la adversidad; si lo conseguimos podremos compartir afecto.
Almas cuidadas, experimentando la corriente energética de la motivación a través de la magia de la vida emocional cuidada ¡nutriendo el territorio precioso del espíritu!
Esta es mi carta este año, extraña, necesaria, pensando en mi, pensando en nosotros.
¡Felices Reyes!

Esta imagen es de un libro mágico, regalo que me hizo una persona también mágica ¡Gracias!
Gracias Marisa por cada palabra que nos has regalado en esta Carta, qué gran regalo eres para la humanidad. Gema
Muchas gracias a ti Gema por leer esta carta tan especial con los ojos del cariño.
Un fuerte abrazo.