Este año he escrito mucho (al menos todo lo que he podido) sobre nuevas habilidades educativas, esas tras las que andamos para transformar la educación. Cada párrafo es producto de lecturas y reflexión y quizás lo más importante, oportunidad e intento esforzado por salir de mi «apercepción» persiguiendo una mirada amplia, diversa, que pueda valer a más.
No hace tantos días me di cuenta de que mis escritos no consiguen escapar de un mal del que se suele ver aquejada la práctica educativa, urgencia por resolver, dejándome arrastrar por la inercia que invita a aplicar métodos. Es una trampa casi mortal en educación, querer componer todo, obtener resultados inmediatos, encontrar elixires mágicos que ahuyenten los problemas de un plumazo. Este hábito tan arraigado nos vuelve insensibles a lo importante, miramos sin ver.
Antes de nada, previa a cualquier técnica o herramienta que haya descrito para ayudar a superar las turbulencias en las que nos sumen los niños, tendría que haber hablado de ella.
En cualquier entorno que he colaborado, el grupo de Jesús, El médico de mi hij@, en la mudanza que acabo de hacer aterrizando en Mamicenter, difundiendo Disciplina Positiva, compartiendo en el foro de la escuela, rellenando páginas en esta web, también con las mil tarjetas mensaje en todas las redes… sin cesar, la finalidad ha sido recurrente, difundir alternativas y estrategias educativas tanto para prevenir como para analizar y tratar la mala conducta que no deja de ser más que falta de conciencia o de competencias eficaces, incluso una conducta apropiada para la etapa del desarrollo.
Para dejar de premiar, para desterrar el castigo, para escuchar a los niños, para no ordenar, para modelar paz y calma, para resolver mediante el enfoque en soluciones, para aprender a hablar con respeto, para alentar en lugar de someter, supeditar o manipular, para…»
Muy instalada en mis sentimientos, creo sin embargo que en demasiadas ocasiones me he lanzado a ofrecer soluciones, he sido rescatadora, mermándole prioridad, porque es el cimiento y sin ella tengo la certeza de que no es posible un enfoque respetuoso en educación; insoslayable, la conexión emocional. Junto a la conexión emocional existe otro elemento para mí fundamental, que supongo que si entramos en una cuestión filosófica podríamos debatir si van unidos o quizás puedan ir separados, y es la confianza en el niño. Un niño cuyo autoconcepto es que no puede hacer las cosas de otra manera, por ejemplo, gestionar su rabia, mejorar en alguna asignatura, relacionarse mejor con su hermano…necesitará de un impulso externo que modifique esa creencia, y este impulso es la confianza de sus padres, docentes, tutores…en él, el adulto no sólo debe confiar en el proceso de cambio del infante, sino que además debe preocuparse de que el niño así lo perciba.
Cuando trataba la autonomía, la comunicación eficaz, los conflictos entre hermanos, el castigo, los llantos, los mordiscos, o el enfado… la he mencionado sí, pero como si fuera cotidiana en nuestras actuaciones, como si fuera lengua materna en la interacción con los niños. Y no es así.
¡Los adultos amamos a los niños, atendemos a los niños, cuidamos a los niños, hablamos a los niños, exigimos a los niños, les organizamos, les mandamos… pero nos cuesta conectar emocionalmente con ellos y sin embargo ese es el objetivo primordial de los chicos, conectar!
Cuando hay conexión, hay emoción, y es desde aquí donde el aprendizaje es más sólido y duradero. Con la conexión generamos oxitocina, hormona del amor, relacionada con la felicidad.
Debió ser el primer capítulo de este proceso de investigación humilde en el que se ha convertido este blog, rotundo en la tenacidad del conocimiento y aprendizaje de otra manera de relacionarse con la infancia, a la manera de la Disciplina Positiva.
No la he tratado con la relevancia que merece.
Y es que todo lo que hagamos, todo lo que exploremos y ensayemos en educación, no será eficaz si la conexión no es estrella polar. Las coordenadas educativas serán erradas. Agotaremos esfuerzos, nos sentiremos decepcionados, desmoralizados, achacaremos el fracaso a las nuevas habilidades, llegaremos a conclusiones falsas porque la base para que las estrategias tengan eficacia ha sido ignorada.
Para que los niños puedan cambiar su conducta desde la motivación interiorizada deben sentirse bien porque solo así actuarán mejor.
No son las pegatinas rojas, esas que tanto lastiman la autoestima infantil, las que enseñan, no son las órdenes implacables, ni las amenazas, ni los pronósticos catastrofistas, ni siquiera los premios o las alabanzas.
El umbral del proceso educativo es el reconocimiento, con respeto, de los sentimientos infantiles. Solo así podremos trabajar el apoyo y guía de la modificación de las actuaciones. Cuando se portan mal, también, más que nunca ¡conexión!
¿Qué es la conexión en educación?
Es el primer principio de Disciplina Positiva. Adler decía que todos anhelamos formar parte del grupo, somos seres que para encontrar nuestro propio significado necesitamos de los otros ¡necesitamos sentir pertenencia y reconocimiento, conexión! Piensa en ti ¿qué pasa cuando no conectas con tu comunidad, cuando te sientes excluido, cuando no se tienen en cuenta tus razones, tus pensamientos? A mí esta naturaleza de seres sociales, que encuentra sus orígenes en el instinto gregario, asociado a la supervivencia, me hace reflexionar sobre el paralelismo existente con el funcionamiento de nuestras propias células cerebrales, las neuronas. Una neurona por sí sola, hace muy poco, sin embargo, es precisamente la interconexión entre ellas, el trabajo en equipo, lo que da origen a los sentimientos, emociones, pensamientos…y cualquier acto propio del ser humano.
La conexión es un vínculo que supone:
- Una actitud que pone de manifiesto que respetamos la dignidad de los chicos, insisto, cuando se portan mal también. «Que tú, no hagas los deberes, no me da derecho a manipularte psicológicamente, ni a utilizar herramientas que mermen el aprecio que tienes de tus cualidades personales. Al contrario, me conmina a lograr que sientas la seguridad y la confianza de que puedes y debes tomar tus propias decisiones y aprender de los éxitos así como de los errores«. Si conseguimos obviar el juicio personal sobre el niño y la situación, esta actitud surge casi de forma automática.
- Un sentimiento de reconocimiento de individualidad en igualdad. Relaciones desde la transversalidad, con respeto mutuo, no con alarde de superioridad adulta (con la superioridad adulta invitamos al niño a experimentar su pequeñez en contraste con el tamaño, poder y habilidad de sus padres o profesores). Si dejamos de lado la verticalidad no harán falta las herramientas de control para obtener obediencia y sumisión. Los niños pegan, dan mordiscos, no hacen las tareas, se relacionan con desconsideración… ¿Y? ¿Esto nos da derecho a herir al niño? Se hiere cuando hablas y no escuchas, cuando resuelves por él, cuando confundes hacer con ser, cuando el niño no ve en tu mirada comprensión, guía, modelo, esperanza y aliento. Sin relación de horizontalidad es muy difícil dar cabida a todo lo que aquí expones Marisa, es un maravilloso principio que nos ayuda a los adultos a establecer un límite en nuestras acciones, especialmente cuando estamos con el cerebro cocodrilo 😉 Es muy fácil infringir este principio, y por mi propia experiencia, personal y profesional, pienso que además del elemento cultural, las relaciones basadas en una verticalidad encierran miedo y falta de seguridad en uno mismo.
- Un pensamiento capaz de tomar perspectiva ¿Qué siente, qué piensa el niño? ¡No ver solo cómo actúa! ¿Qué es lo prioritario para ti en el comportamiento inadecuado? ¿Qué es lo prioritario para él? En la diferencia ¿perdemos la sintonía?, no en la manera en que el niño haya llevado a cabo la acción, ¿en la comprensión de su punto de vista? Si solo persigues tener razón es muy probable que no puedas empatizar con su necesidad y se perderá la gran oportunidad de construir habilidades a través de un proceso paciente y alentador en el que explore las razones, las formas y las consecuencias de su comportamiento. Las malas conductas siempre son un SOS del niño, no quiero, no puedo, no sé ¡Necesito aprender alternativas para mis falsas creencias o sentimientos de insuficiencia! Si no llevas las lentes de la conexión el tren de esa gran oportunidad que es el mal comportamiento infantil pasará de largo. Castigarás sí, gritarás o incluso, cederás, en cualquier caso, las causas quedan soterradas, sin luz para el cambio.
- Unas actuaciones que supongan prácticas coherentes con la intencionalidad. Conseguir conectar con el niño no es, como decíamos, querer tener razón sino querer conocer sus razones. ¿Qué necesidad no cubierta tiene el niño con esa actitud? No sirve el discurso, no sirve el razonamiento (cuando estamos ofuscados no podemos pensar bien), sí sirve leer su emoción y dialogar con ella. Las actuaciones nos convierten en un apoyo o en un peligro para la mente de los niños.
¿Peligro? ¿Puede un educador suponer un peligro en la interpretación que hacen los niños?
Venimos a este mundo quizás con el cerebro más inmaduro del reino animal, sin embargo, programados para superar esta inferioridad; el cerebro primitivo, en la memoria de la especie, contiene herramientas importantes de supervivencia, los instintos. El más importante, la pertenencia, la conexión.
Pero el cerebro medio, el emocional, no se queda atrás, es nuestro radar de seguridad, sin que medie la consciencia, toma medidas e impulsa a actuar al organismo; la finalidad, la misma, supervivencia. Muy polarizado, evalúa en peligro u oportunidad de placer. Venimos programados para evitar los peligros y buscar el bienestar.
Y ante cualquier estímulo, cuando ves una mariposa, cuando tienes una tarta delante, cuando tienes que hacer los deberes, cuando oyes un ruido estremecedor, cuando te relacionas, cuando… esta evaluación inconsciente se va a dar. Es obligada, tenemos un cerebro diseñado para mantenernos a salvo. Y la maquinaria funciona tan bien que en tan solo 125 milisegundos nuestro organismo reacciona, las responsables son las emociones. Todo parte de ellas.
Tanto el cerebro reptiliano como el mamífero están muy desarrollados en los niños. No hace falta argumentar mucho para entender que ambos son la vía de las que nos provee la naturaleza para vincularnos a los beneficios que suponen nuestros cuidadores y el entorno, nuestra comunidad.
Se puede decir que la atención no selectiva, la no voluntaria, la que utilizan los niños, se posa en lo que es significativo para su organismo en alguno de esos sentidos:
- Si supone peligro, para defenderse, atacar, huir o paralizarse, en función de la magnitud (trae a tu memoria un castigo al que te hayan sometido, mira dentro de ti ¿qué instinto aplicaste para superar el peligro?). Es decir, la atención no selectiva está trabajando para la supervivencia, si hay peligro, no hay conexión con la racionalidad, no podemos aprender; sí quedan almacenados en la memoria emocional rasgos de aquella experiencia que en el futuro nos servirán para enfocar situaciones similares.
- Si supone placer, entonces sí, el cerebro se pone en verde, vía libre para las conexiones neuronales con los lóbulos prefrontales; los que nos permiten conocer nuestros sentimientos, los de los demás, dar flexibilidad a las respuestas, postergar recompensas o resultados, dar racionalidad a las emociones, planificar, inhibir… aquí sí, aquí ya hay consciencia, voluntad, libre albedrío.
Para que las conductas sean reflejo de análisis racional, para que el niño pueda apreciar si su emoción subcortical e impulsos son adecuados o desmedidos, para poder elegir respuestas adecuadas, que supongan respeto por uno mismo, por los otros, por las situaciones, la amígdala debe estar tranquila, los lóbulos prefrontales no deben estar bloqueados por el temor o la ira.

Solo cuando el cerebro está integrado, solo cuando ha descartado peligro, tenemos acceso a estas funciones cognitivas y ejecutivas, mientras tanto estamos bajo el dominio de impulsos emocionales inconscientes. Valiosos sí, pero no siempre apropiados si no puede mediar la razón.
El problema, el gran problema en educación es que aquello que les exigimos a los chicos, el buen comportamiento, la receptividad, la escucha, las decisiones acertadas, la valoración ajustada de las consecuencias de las acciones, la responsabilidad sobre las mismas, la motivación intrínseca… casi nunca lo pueden cumplir tal y como queremos los adultos porque nos saltamos el primer principio que rige el funcionamiento cerebral, sentirse bien para poder aprender, aprender poco a poco, competencias para adecuar las emociones.
Si ante una conducta inadecuada el cerebro infantil nos evalúa como «peligro», reaccionará, se centrará en defenderse, no podrá hacerlo en el objeto de superación del conflicto porque tiene bloqueado el acceso a la reflexión, a la comprensión, al análisis, a la voluntad.
- No contar con esta información sobre el funcionamiento del cerebro infantil nos aleja de las oportunidades de éxito.
- No contar con la naturaleza infantil y la primacía de las emociones en todo lo que sienten, piensan y hacen, nos convierte en guías desorientados, sin aquellas coordenadas para llegar satisfactoriamente al destino de la educación.
- No contar con que sus lóbulos prefrontales tardan muchos años en madurar, y que mientras tanto no funcionan como los nuestros y que el que acaben haciéndolo correctamente no depende solo de que pasen esos años sino de las competencias que desarrolle el chico en casa, en el cole, entre sus amigos, con sus compañeros, en sociedad (porque las habilidades de cognición y las funciones ejecutivas se ejercitan, se aprenden o no se desarrollarán de manera idónea), es dejar al azar la formación del autocontrol, la autodisciplina, el autoconcepto y la autoestima de los niños.
Aunque el funcionamiento básico es simple: recepción del estímulo, registro del mismo, clasificación en placer o dolor y emisión de respuesta, el mecanismo interno es muy complejo. Como bien dices, los LPF tardan mucho en madurar, y no sólo esto, sino que además las conexiones del sistema límbico e instintivo a los LPF son mucho más numerosas que las de los LPF al sistema límbico e instintivo ( las conexiones son aferentes y eferentes, de ida y vuelta). Gracias a que esto es así, el habla, no desarrollada en bebés, no es fundamental para saber qué les ocurre, tienen las emociones para poder expresarse.
Hay otro elemento que no podemos obviar, y es el campo de memoria emocional. A veces no sabemos por qué los niños se ponen nerviosos, agresivos, tímidos…ante situaciones que no tienen peligro aparentemente. Pongo un ejemplo muy básico que se traslada a cualquier tipo de estímulo: si María dio un bocado a Juan para quitarle un juguete y en ese momento de fondo se oía una canción en concreto, o fue en un restaurante X, es muy posible que la próxima vez que Juan oiga esa canción o vaya a ese restaurante, se muestre inquieto, ya que al gestionar el estímulo, el cerebro va al hipocampo para asociarlo con algún elemento conocido que le dé pista sobre si debe encasillarlo en placer o dolor.
Pues bien me he pasado un curso escribiendo sobre herramientas, las que mencionaba al principio, ninguna es valiosa, ninguna, si el niño en esa primera valoración que hace de la relación educativa percibe que «está en peligro», que será ridiculizado, que será amenazado, que será castigado… la amígdala hace estupendamente su función, lee caras, lee gestos, lee entonaciones, sabe de actitudes que no suponen cercanía, y si no suponen cercanía suponen inseguridad, dolor emocional ¡suponen atención no selectiva al riesgo que la ocasión o el educador suponen! Finalidad: SUPERVIVENCIA, grabada en nuestra memoria de especie.
¿Conectar es fácil?
Claro que no, cuando un niño nos solivianta no estamos animados a mantener la calma, a dejar «nuestros posos» de adulto corrector de lado, a explorar y ayudar a reconocer las emociones. Pero piensa ¿cómo podrá el niño aprender todas esas cosas que sabemos que serán positivas en su vida si no somos capaces de mostrarlas con nuestro ejemplo, si no promovemos la receptividad?
¡Se puede aprender a conectar!

¡Conectar no es perder autoridad, es aprovechar oportunidades para ganarse a los niños! ¿Qué educador quieres ser, una traba o bien una oportunidad de bienestar para la mente infantil?
Considero que las herramientas están sobrevaloradas. Toda herramienta se basa en grandes principios, y son estos los que debemos aplicar. Una herramienta es útil hasta que deja de serlo, y a veces, los adultos nos agobiamos porque la herramienta “ya no funciona”, y desde mi punto de vista, es un gran error, ¿qué valor es el que pretendo inculcar en el pequeño a través de la herramientas? Esto es lo que de verdad importa.
NOTA: Todos los párrafos en color naranja son una colaboración muy especial y muy apreciada por mi de mi compañera MACARENA SOTO RUEDA, también Facilitadora de Disciplina Positiva y Experta en Neurosicoeducación y capacitación docente en Neurociencia.
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