En cierta manera se podría afirmar que nuestra tarea de educadoras se puede resumir en un verbo, cultivar. No es un enunciado original, lo que es original en educación es que el cultivo sea adecuado. No debería ser así, la infancia tendría que tener asegurados sus cuidados porque de ellos depende cada ser humano, el infante, el joven, el adulto. Todas las etapas de la vida van a estar muy, muy influenciadas por «la mano» que tenga el cultivador en las primeras atenciones.
En mi haber de experiencias educativas de los talleres de Disciplina Positiva, hay una muy hermosa actividad, es corta pero esta condición no le resta fuerza.
Las personas reciben una planta como regalo, cada uno, una distinta; verdes estimulantes, otras multicolores, florecidas, algunas con poca vitalidad, otras carnosas o con espinas.
Lo cierto es que este regalo conlleva una responsabilidad importante; tienes que encargarte de «cuidar» tu planta y ayudarle a desarrollar toda su potencialidad.
La aceptación de la naturaleza de la planta es el primer trámite; hay personas que rápidamente expresan discrepancias ¿por qué me ha tocado esta? mientras, miran recelosos la del vecino ¡Lástima, no es mi favorita!
Todavía hay quien se queda pensando si de alguna manera le podría cambiar la esencia a la planta, si no es de flores que las diera, si es de regadío que no quiera tanta agua…
Y sigue el proceso, trabajar el presente es pensar en el futuro, has adquirido un compromiso, cuidar la planta ¿qué tienes que hacer? Asoman las risas medio nerviosas; no es lo mismo cuidar un cactus que un helecho. La finalidad es que cada planta alcance a ser lo mejor que ella pueda ser. De repente empiezas a pasar revista a tus recursos de cultivador y no siempre se logra pasar la autoevaluación con confianza y seguridad.
Conocer «quién es» tu planta parece necesario ¿verdad? Si «miro largo», si pienso en ella, en su futuro, seguro que hay que tener muchas más cosas en cuenta.
Si ignoro el entorno en el que va a crecer y desarrollarse puede que la luz la anime o por el contrario le haga pasar calvarios; puede que la tierra, que se me antoja la mejor del mercado, sin embargo no sea ese mantillo cálido del que ella pueda obtener los nutrientes… va a necesitar cuidados que le procuren adaptabilidad al medio.
Si después de todos estos pensamientos y decisiones cuento con la perseverancia parece más probable que mi misión sea exitosa.
He acompañado el crecimiento de mi planta.
Existen otros procesos en los que me voy a saltar muchos de los pasos anteriores y estos déficits no tardarán en dar cuenta del fruto de nuestras acciones.
Habrá honestidad en algunos cultivadores, que haciendo un repaso de lo emprendido tomen nota y recapitulen; otros, inconscientes a la fuerza casi determinante de la interacción que establecieron, echarán mano de alguna mentira piadosa que aquiete el espíritu por el compromiso truncado; es fácil convencerse de que la compramos defectuosa o bien de que algún agente extraño se cruzó en el camino hacia el éxito.
No es tan sencillo concluir que no prosperó, estaba desfallecida, deseosa de un poquito más de hierro en su dieta, o simplemente encharcada y sin un mísero flotador que lo remediara.
Las oportunidades e incluso la esperanza vital del pobre vegetal no encontraron el mejor marco. Ya no porque nos faltaran ganas o buena intención es que simplemente no se notó en la práctica el respeto a su naturaleza y ella, desalentada, no pudo hacer otra cosa más que sobrevivir de cualquier manera en lugar de florecer o lograr todo su esplendor.
Cautos y buenos observadores, los comerciantes, intentan ayudarnos para evitar el fracaso y suman prospectos, inventan todo tipo de desinfectantes, complejos vitamínicos, fungicidas… y sí, es cierto que pueden ayudar puntualmente pero siempre pienso que esto es una solución falsa si aquella, la base que nos vincula, no está bien establecida. La necesidad básica de la planta casi nunca se compra en los comercios. El cultivador es regalo para ella cuando no intenta controlarla, cuando está cerca, cuando observa con ojos que quieren ver. Cuando ella «se siente sentida»; todo lo demás son remedios azarosos, parches y hasta ansióliticos para un cultivador en busca de perfección cuando no de la aprobación de otros; puntualmente eficaces, a la postre, estériles.
Os he traído este relato porque hoy el artículo versa sobre regalos. Que no suene a sarcasmo, dicho con toda la prudencia.
Regalar a la primera infancia es tarea fácil y a la vez muy compleja. Hay un buen montón de prospectos/orientaciones, yo les llamo presiones a la mayoría. Recomendaciones de la familia, los amigos, la publicidad, El Corte Inglés, Carrefour… No digo que no sean esforzados y bien intencionados.
Pero es un escaparate trampa en muchas ocasiones, porque nos va a nublar la verdadera mirada sobre nuestra planta.
En estos días que hemos decidido reconfortar a los niños a través del agasajo tienen que verse plantas cuidadas, plantas sentidas; el regalo no puede ser control, ni manipulación, no puede ser chantaje, ni premio, ni castigo.
Los niños pequeños no necesitan tantas cosas materiales para florecer, es más si hay sobredosis de sales y minerales en su esponjoso terreno de desarrollo, pueden incluso agostarse las mejores de sus motivaciones por alcanzar crecimiento personal.
Y en esta aventura de Amigo Árbol hemos querido escapar de esos patrones establecidos para responsabilizarnos de algo que nos cuesta en educación, la trascendencia a largo plazo de nuestra actuación cuando regalamos.
Trascendencia entendida como el impacto que tienen mis regalos no en el aquí y ahora, sino en el futuro de hombres y mujeres del mañana.
Quizás alguien diga, mira Marisa, no le busques tres pies al gato. Bueno, no intento convencer a nadie, me interesa tan solo el debate. Así como somos familia y escuela, cimientos de relaciones pacíficas o no, también lo somos de muchas otras cualidades personales; confundir la finalidad en la vida con TENER en lugar de SER no depende de impartirles a los niños un seminario, ni de ponerles una asignatura apéndice en su desbordada agenda laboral/escolar.
Educar no es dar tres clases magistrales, ni siquiera mil, educar es hacer aflorar el valor personal en cada relación, en cada actuación, en cada gesto, empezando precisamente por la condición esencial, el modelado.
Y seguro que como en tantas cosas hacemos y hacemos y luego nos sorprendemos de los resultados, y no nos vemos parte; y, ahí, en lo que no nos gusta, en el fracaso, ya no vemos nuestra mano, la del cultivador. Cuando, mucho, es parte de lo que sembramos.
La dignidad debe quedar preservada siempre, cuando uno se pone firme, y también cuando quieres ser muy cordial.
Recuerdo que en cierta ocasión, en unos grandes almacenes, por estas fechas, observaba a una madre y sus dos pequeñuelas, como de unos 8 o 9 años. Ellas, despeinadas, con blusas de uniforme mal metidas por la falda. Entraban y salían de entre las filas de vestidos a estrenar que ofrecía el comercio, como si les fuera la vida en ello; desbordadas de emoción, locura y cansancio que en los niños se traduce en excitación efervescente. La madre con los ojos fuera de las órbitas, profería todo tipo de amenazas «os vais a enterar cuando lleguemos a casa, ya veremos este año qué pasa con los regalos», palabras envenenadas que por cierto resbalaban por el cerebro infantil.
De la humillación y la vergüenza se iba tiñendo la atmósfera prenavideña de este trío.
Seguro que esta mujer había salido de su casa con la mejor de las intenciones, comprar regalos para su familia pero seguro que se olvidó de mirar para sus plantas y todos los intentos fueron puro fracaso.
¿Cuál es el regalo después de esta experiencia? ¿Y si hubiera echado el freno, aparcado el imperioso designio de comprar como fuere el regalo y se hubieran agasajado unas a otras con la humanidad de la comprensión de su destape emocional? Me pregunto, os pregunto ¿hubiera sido el mejor regalo de vida para las tres?
Puede que suene a postura determinista, tal vez, pero creo que debilita nuestros cuidados que persigamos actuaciones concretas y se nos pase por alto la trascendencia de los contextos que alimentamos.
Hubiera podido hacer un gran listado, de esos que se estilan ahora, lleno de tips para regalar. Y posiblemente suscitaría mucha más curiosidad que con esta frase que acabo de escribir. Sin embargo permitidme esta licencia que me he tomado para convocar a la reflexión de qué sistemas de recompensa cerebral estamos creando en los niños, qué mentiras les contamos a sus mentes indefensas que no pueden decidir lo poco beneficioso que pueda ser desconocer el valor de las cosas y sin embargo sentirse bien con la dependencia del amasijo de coloridos e hiperestimulantes regalos ¡Tan solo los primeros pasos de la cultura del exceso!
Contar con adultos cuidadores, cultivadores, con pozos de amor, es el regalo. Ya lo he escrito, no tenéis que esperar al final de la entrada para resolver el enigma del mejor regalo. El que yo creo que es el mejor regalo para la infancia.
Si ya cuentan vuestros pequeños con ello poco más hay que sumar en estas fechas, un juego, un abrazo y un buen verso.
Construimos el plan, la escuela de lo sencillo.
Y con todo este preámbulo, con la conciencia de pretender una experiencia de Amigo Árbol, sencilla que es nuestra finalidad este curso, y feliz para los niños, decidimos hacer un plan en el que esta actitud fuera sendero y que la calidez del afecto y la importancia de sus tareas cotidianas vayan modelando influencias de buen cultivo de manera imperecedera.
No nos privamos de los mejores ingredientes, buena compañía y buen entorno. Esto ya es para muchos niños sinónimo de que algo muy interesante y estimulante va a suceder y la dopamina empieza a hacer su trabajo, se anticipa bienestar y placer ¡Pues a por ello!
Es tradicional en la escuela, hacer un pequeño homenaje a «los cultivadores que cuentan con mucha experiencia», nuestros mayores. Ellos fueron los protagonistas de la escapada a un parque de Madrid. Ya sabéis que Amigo Árbol parte de lo que más enseña, la realidad, y a nosotras no nos cuesta nada crear entornos educativos al sol y al aire. Cogimos nuestro hatillo, subimos al bus y una comunidad familiar se puso rumbo a Madrid Río.
Este parque cuenta con lo grande y lo pequeño, con los granos de arena que nos enseñan tanto y con la monumentalidad de puentes que invitan a sentirse dichosamente pequeño entre pájaros y patos.
Carreras, risas y hasta pedir brazos porque tan solo somos caminantes que estrenamos la musculatura de piernecillas que más que alargadas son redondas.
Regalarse calle, árboles, atmósferas de nubes o de sol, sienta bien al cuerpo y este no tarda en agradecerlo.
Con estos ánimos fortalecidos retomamos escuela de cemento y ladrillo, de papel y ceras de color.
Acción. Escuela laboratorio. Con el cuerpo, con la mente, con el corazón.
Metiditos entre cuatro paredes también se puede hacer volar la imaginación y esta es la que más alimento necesita en la primera infancia. La hemos cultivado con esmero, cuidándola con mucho amor ¡Tan grande eres para la vida!
Actuaciones diversas para que supongan sorpresa y atrapar la atención infantil, actividades significativas, con sentido para los niños, para su aprendizaje y crecimiento.
Teníamos que vestir a nuestro árbol de regalos y lo hemos hecho con molinillos de viento, con piñas y con unas «semi bolas» que son círculos que dejan ver la vida del color que prefieras. Todas ellas llenas de series de pompones, de amasados de plastilina o de papel de seda que se deja arrugar entre nuestros dedos.
Creemos que Amigo Árbol se siente contento, le hemos dedicado nuestro trabajo, interés y esfuerzo. Y cuando acabamos, siempre lo festejamos bajo él, la simbiosis de madera y creatividad nos invita a cantar, a bailar y la emoción brota y los abrazos llegan.
Jugar, movernos, experimentar, resolver «nuestros asuntos propios»; hemos tenido tiempo para gozar de los regalos de las actividades/cuidado de la infancia. Quizás en esta experiencia le hemos dado aún más protagonismo, no entendemos nuestra agenda sin ellos, los cuentos, y madres enREDadas regalan disfrute. Los niños las miran, escuchan, se sienten identificados e intervienen.
Habrá más, en la Fiesta de Navidad, otro grupo de padres y madres dramatizan para nosotros el valor de la amistad. No nos quedaremos el disfrute, compartiremos como hacemos siempre, con vosotros, con todos los que viváis intensamente el valor de los cuentos.
Emociona T está en todo lo descrito, nosotras no trabajamos el desarrollo emocional de forma puntual, es una actitud, es una posición que está a la base de todas las relaciones y las actuaciones con nosotras mismas y con los que nos rodean. No obstante veréis en el vídeo a una emoción muy valiosa, el miedo, es parte de nuestra rueda de las emociones, identificarla ya es el primer paso para poder abordarla. A esta edad no hay consciencia de que estamos usando herramientas y estrategias emocionales, sí hay sensaciones, las que les procuran las actividades de calma y modulación. Ellos y ellas saben que cuando las llevan a cabo se sienten mejor, es labor del adulto no desfallecer, perseverar y que no sean esporádicas, solo así se convertirán en habilidades que les sirvan a los niños para su bienestar.
Control de datos
Ambientes emocionalmente seguros, comunicación afectiva y efectiva, actividades alentadoras de desarrollo y crecimiento, podrían ser algunas de las finalidades de esta experiencia. Como siempre, tan solo las iniciales, el proceso ha generado muchas más.
Os invito a hacer vuestra propia valoración de esta segunda experiencia de Amigo Árbol y agradecemos la retroalimentación.
Mientras tanto, «deteneos un poco, bajo la estrella… y si un niño llega a vosotros ¡Sed amables con él!»
¡Feliz Navidad! ¡Felices Fiestas!
Deja una respuesta