
En Disciplina Positiva el concepto que resume esta frase es un principio de la metodología. En nuestros talleres solemos reproducir insistentemente el mensaje de que «los errores son maravillosas oportunidades de aprendizaje».
Suena muy bien pero permitirse el error en educación, entenderlo como un desafío eficaz para crecer como persona, es una obra de ingeniería de gran envergadura.
¿Qué sabemos de los errores?
Ante la pregunta ¿qué es un error? Respondemos sin mucha dificultad, que es no acertar con lo útil o lo esperado o lo adecuado, es equivocarse. Pero y si la pregunta fuera «cuando me equivoco ¿he cometido un error o soy un error?», ya no es tan fácil ¿verdad?
Por un momento se hace el silencio. La cuestión invita a la introspección, cada cual echa la mirada atrás y llegas a conclusiones sobre el «techo bajo» que ha podido ser en tu vida el desacierto. Cuando la revisión supone la pérdida de confianza en uno mismo por la crítica no constructiva, vemos cómo el mal trato del error alteró nuestra mente hasta influir en cómo nos aceptamos y queremos.
¿Qué es lo que hace que una oportunidad de aprendizaje acabe siendo sinónimo de que «nosotros somos el fracaso»?
Nuestros métodos para tratar a los niños están basados en la tradición autocrática. Todas las deficiencias, todos los fracasos son considerados tradicionalmente, una violación a los mandatos y obligaciones, que no puede ser tolerada por las autoridades que los establecen. El estímulo se ofrece únicamente a aquellos niños que muestran su interés y esfuerzo… Los que se sienten descorazonados y abandonan sintiéndose fracasados, son mirados como rebeldes y necesitados de una acción punitiva, en lugar de un estímulo.
Nacidos para ¿cometer errores?
Nuestros ancestros muy, muy lejanos, si se equivocaban en las valoraciones, eran devorados por las bestias. Los errores se pagaban caros. Sin embargo la necesidad de comer, relacionarse, protegerse, obligaba a explorar. Dudar lo menos posible y acertar para poder sobrevivir. Escanear y saber compensar riesgo y seguridad, en milisegundos, para actuar.
El error era insoslayable, por otro lado, un desafío.
Garantizar la seguridad física era acertar en las decisiones. Sigue siendo finalidad en nuestros cerebros civilizados del siglo XXI, y hoy lleva asociada la seguridad emocional y cognitiva.
El relato de la travesía que hayamos hecho por el error es el que explica cómo logra cada persona la conexión, la aprobación y por tanto, la coherencia y consistencia internas, según maneje el adulto responsable los fallos infantiles.
Es de una importancia esencial lo que se cuece en las primeras etapas de la vida
Nacemos con la necesidad de lograr conexión para que otros nos ayuden a manejar la inferioridad y la inseguridad.
El futuro bienestar racional, alcanzar las cotas del potencial humano, pende de la bioquímica de las experiencias emocionales y de la memoria/huella que guardaremos de ellas.
En el primer año de la vida empieza a esbozarse mundo interno, se almacenan imágenes recubiertas de emoción. Cuando la vinculación no es saludable el niño será mucho más vulnerable al estrés de la inseguridad. Los intercambios negativos, la desaprobación «incorrecta», dan lugar al exceso de cortisol; la dopamina y endorfina desaparecen y con ellas los sentimientos placenteros.
En el segundo año, con el inicio de la habilidad lingüística, el niño ya tiene posibilidades rudimentarias para evaluar y escoger entre distintas posibilidades.
Puede corregir para lograr aprobación.
Los pequeños cuentan con una necesidad imperiosa de ir dotando de sentido y significado a lo que les rodea y por otro lado, otra necesidad no menos importante, la dependencia absoluta de un lector o traductor de vida que les vaya comentando, qué es cada cosa, cómo funciona y qué podemos hacer en cada oportunidad.
Comienzan las reglas.

Leña del árbol caído
Cada niño, cada niña, al nacer entra a formar parte de una sociedad cuyas reglas y limitaciones deben aprender. Llegan a una comunidad con convenios establecidos. En ella, los entrenadores, los padres, saben que cada situación es una oportunidad para que desarrollen los músculos que le van a permitir vivir como individuo resolutivo, capaz, feliz.
La compasión, la tolerancia a la frustración, la resiliencia, la responsabilidad, la capacidad para respetar límites, para resolver problemas mediante soluciones, son habilidades que están en juego.
Ellos, los niños, pronto perciben las reacciones a cualquier cosa que hacen: cuando lloran, cuando ríen, o permanecen indiferentes, evocan diferentes clases de actitudes. Aprenden rápidamente cuáles son las reacciones que más le gustan y por qué medios pueden provocarlas, en qué condiciones pueden ser conseguidas y con qué individuos tienen éxitos sus métodos.
Con los primeros pasos vienen los primeros tropiezos más evidentes y como dice Anabella Shaked, todavía guardamos las formas y no le espetamos al muchacho o muchacho «ya se ve que esto de andar no es lo tuyo».
Aun así hay ya los primeros atisbos de lo que se le viene al niño encima cuando la desaprobación es un envoltorio de miedo y culpa.
El vocabulario que empleamos, en el mejor de los casos, todavía les concede a los niños la benevolencia de medio permitirse el error. Cuando esto es así, su equivocación, sin más mediación que la química cerebral, goza de la atmósfera adecuada para que el niño ponga atención, valore y pase de nuevo a la acción que le tiene atareado, seguir avanzando con soluciones en la consecución de la marcha autónoma.
Es probable que te suenen frases como «este niño es un llorón, me ha salido vago, es igual que su padre, torpe»…
Están ahí acechando los modificadores externos de sentimientos
Una guardia pretoriana atenta por si hay déficit, debilidad, insuficiencia… van a convertirse en el factor determinante para que la naturalidad de la recuperación de errores se vea, de una manera brutal, afectada por el control y la corrección; entonces el estado de ánimo con respecto al error va a cambiar.
Tengo un problema sí, pero un problema que quiero ocultar u obviar porque lo que acontece es un problema más grave que el error en sí mismo. Me hace sentir de menos, me hace sentir incapaz».
Hasta aquí llegó la corta vida del tratamiento eficaz del error. A partir de este momento, no llega a dos años, la presión de los miedos adultos enseñan al niño reglas sociales sobre los errores que se registrarán en la experiencia vital de cada persona como contribuciones o no, saludables, en la construcción del autoconcepto y la autoestima. Aparece la bicha, la culpa y con ella una praxis muy desafortunada, hacer leña del árbol caído.

¿Por qué perseguimos el error con tanta inquina?
El feedback que aporta el adulto sobre las experiencias de error es muy, muy importante. Igual que fracasamos, con la mejor de las intenciones, cuando usamos la alabanza, el tratamiento del error puede invitar a la sumisión, que resta iniciativa al niño, que es manipulación y ser un obstáculo para la motivación, la que incrementa la confianza del niño en sí mismo.
Encontrar la actitud y aptitud de afrontamiento del error es un arte que capacita al niño para diferenciar lo acertado y saludable de lo que no es.
¿Qué patrones tenemos sobre este tema? En educación reproducimos prácticas y lenguajes, unas veces con más consciencia que en otras, sobre lo que estamos aplicando y para qué lo estamos haciendo.
Y «confundir el error con falta de valía»es una de esas prácticas que considero podríamos someter a una criba para no seguir consolidando la influencia negativa en las relaciones que todos mantenemos de cualquier orden que sean.
El error, tan humano, se trata con estrategias precarias que pueden hacer fracasar la resolución efectiva. Con tentáculos largos que alteran conductas y rompen relaciones intra e interpersonales.
Los educadores, con el ánimo de ayudar a los niños, de orientar, llevamos a cabo una pretendida motivación para alcanzar éxito y que sepan hacer las cosas y que todo les vaya bien. Y como decía, lo hacemos con la mejor de las intenciones.
Si no estamos seguros de que son bastante buenos, tratamos de apuntalar nuestro propio ego capitalizando las faltas y deficiencias de los demás. En estas condiciones no debieran asombrarnos las herramientas que utilizan nuestros hijos o alumnos para derrotarnos ¿Cómo podemos estimular si, en el fondo, lo que tratamos de hacer es derribarnos? ¿Cómo podemos ayudar cuando actualmente estamos interesados en mantener la inferioridad de nuestro oponente tanto en el hogar como en la escuela? Rudolf Dreikurs.
Lo que se entromete en el buen manejo del error en educación
- La necesidad de hacer pagar por el error, confundir la exploración respetuosa de la equivocación con consecuencias impuestas en forma de acciones punitivas.
- Nuestras creencias sobre el fracaso. Equiparamos lo que se hace con lo que se es. Si se hace algo mal, se convierte en una declaración de insuficiencia personal.
- Los padres tenemos miedo de dejar que los niños experimenten su propio poder personal. Los niños están obligados a experimentarlo, si no acompañamos en la experimentación del poder lo usarán igualmente; lo que implica muchas mentiras y esconderse para así poder hacer lo que quieren mientras que tratan de evitar el castigo y/o la desilusión de sus padres ante el error.
- La proyección de nuestra propia vivencia del error como derrota.
- La tendencia a humillar y degradar.
- Las expectativas de perfección que nos alejan de la verdadera naturaleza de nuestros hijos y que nos impiden y les impiden apreciar sus talentos y cualidades.
- Asimilar éxito a resultados finales, sin sensibilidad hacia los procesos. Con ello negamos la importancia del interés y el esfuerzo.
- El temor de aquello que podrían pensar los demás, lo que termina haciendo que “que se vea bien” sea más importante que “encontrar qué es lo mejor” para ti y tus hijos.
- Una necesidad de proteger a los niños de todo lo doloroso, lo cual impide que aprendan y se conviertan en adultos capaces que saben que pueden sobrevivir el dolor y aprender de él.
- El miedo a los sentimientos que generan los errores, el enfado, el temor, la rabia, lo que se traduce en ceder, o hacer lo que sea necesario para evitar la pena o la furia de tus hijos. Esto enseña a los chicos que estos sentimientos son malos y que se deben evitar, o que se pueden usar para manipular a los demás.
- El pesismismo del educador que invita a experiencias desalentadoras que serán tratadas con amenazas, gritos y castigos. Esto es alimento de los errores en lugar de superación.

Error y creencias sobre sí mismo, sobre ti y sobre las situaciones
El niño es algo más que el receptor de un estímulo, posee el poder creativo de interpretar y atribuir significado propio a todo lo que ocurre a su alrededor. Una percepción no es una imagen fotográfica, algo de lo peculiar y de la cualidad individual de la persona que está percibiendo está inextricablemente unido a ello. Su filtro, su estilo de vida, su mundo interior.
El sentimiento de la propia personalidad, lo que nos aceptamos, lo que nos respetamos, lo que nos queremos, depende de cómo percibimos e interpretamos lo que nos acontece y cómo lo manejamos.
No es lo mismo tropezar y sentir que has tenido un tropiezo que tropezar y que te digan que eres torpe. Lo que vas a decidir sobre ti mismo, sobre las personas que te rodean y sobre lo que debes hacer para dejar de tropezar, en ambos casos difiere radicalmente.
Somos el montón de pequeñas decisiones que hemos tomado.
A nadie le gusta sentirse menos que, insuficiente… la búsqueda de la perfección nos invita a compensar los sentimientos de inferioridad y cada cual decide cómo recuperar su condición de «suficientemente bueno» o bien sumirse en la incapacidad; el resultado de esta permanente búsqueda se puede convertir en una mentira más o menos grande que nos contamos para llenar el hueco entre lo que somos y lo que mostramos ser, una mentira que nos aleja de nosotros mismos.
Envolver los errores en sentimientos de culpa y miedo impide el procesamiento cognitivo del conflicto, afloran las reacciones emocionales de defensa o ataque; en cualquier caso se desaprovecha la gran oportunidad para aprender de ellos.
Cuando los niños llegan a la conclusión de que ellos son un error se pierde el aliento para superar los problemas y afrontar desafíos. Ofrecemos pocas oportunidades para que los niños prueben sus propias fuerzas.
En estas condiciones, ponerse las gafas de los errores personales supone un acto de heroicidad. Hay que estar preparado para superar las fuerzas antagónicas que quieren ayudarnos a no errar.

¿Qué herramientas pueden ayudarnos a mostrar a los niños la recuperación de los errores?
Si queremos ayudar a los niños, si queremos trabajar de una forma efectiva, se debe tener conocimiento de las miradas subjetivas del niño, su lógica privada, su diálogo interno sobre los errores y cómo afectan a sus decisiones.
¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a hacer algo distinto para mejorar y tratar el error de forma funcional y saludable?
La frase con la que comenzaba esta reflexión puede ser confusa, considerar el error como una gran oportunidad de aprendizaje no quiere decir que las equivocaciones no se traten. Llegaríamos a la permisividad o a la negligencia. El niño tiene que sentir que estamos a su lado en sus dificultades, en su desespero, ayudando a vencer sus dificultades.
¡Capacita a los niños!
- Conciencia emocional. Los sentimientos son el motor de las actuaciones, conocerlos, ponerles nombre es el primer paso para domarlos.
- Diferenciar sentimiento de conducta. Lo que sentimos es distinto de lo que hacemos, los sentimientos son aceptables, la manera de expresarlos no siempre. Esta discriminación es muy alentadora para los niños porque la expresión de los sentimientos es una habilidad que se puede mejorar mediante el aprendizaje.
- Muestra alternativas, modela.
- Legalízate tus errores.
- La crítica adecuada debe ir dirigida a la acción realizada y a la forma en que podría realizarse, nunca hacia las características de la persona. Si el niño considera que “el fracaso se debe a una carencia innata, pierde toda esperanza de transformar las cosas y dejan de intentar cambiarlas” (D. Goleman)
- Si queremos que el niño mejore el comportamiento antes hay que comprender las razones de su motivación para actuar como lo hace porque cada individuo tiene el poder creativo de efectuar interpretaciones tendenciosas que parten de su “apercepción” del mundo y las personas que le rodean.
- Muchos problemas se resuelven fácilmente sin ninguna intervención por parte del adulto.
- Evitar la necesidad de “componer” todo lo que sale mal, en lugar de dejar que los niños crezcan al “arreglar” sus propios errores.
- Desterrar los castigos o recompensas. Son contraproducentes y un gran obstáculo para el verdadero estímulo.
- Cuida cómo comunicas, los niños actúan mejor cuando se sienten comprendidos. Pon tu lenguaje en positivo.
- Crítica constructiva, los niños deben contar con margen para valorar la relevancia de sus actuaciones para que les quede claro qué es lo que puede cambiar para que los resultados sean otros.
- Reconocer los sentimientos que le llevaron al error, permitirse y no culpabilizarse ante las decisiones y enfocarse en soluciones aceptables.
- Oxigena la dignidad infantil. Las etiquetas condicionan a los pequeños que acaban actuando tal y como se espera de ellos.
- La manera en la cual resolvemos nuestros errores es más importante que nuestros errores en si. Le estamos diciendo al niño “tú tienes la capacidad y el poder de cambiar tu entorno y de cambiar cosas”.
- Deja patente tu deseo de ayudar.
Los errores son maravillosas oportunidades de aprendizaje ¿Lo sientes así, te lo permites, lo permites? ¿Cómo si no podríamos incrementar el sentido de fuerza y valor de un niño?
Este artículo y las reflexiones que me genera ayudan a nutrir la que será mi ponencia en el I Congreso Divulgativo Criar, Cuidar y Educar el próximo mes de noviembre: «Porqué tenemos que dejar de castigar ya y debemos empezar a enfocarnos en soluciones». Gracias Marisa. Muy completo.
Muchas gracias a ti Virginia por el comentario , me es muy grato saber que es de utilidad.
Enhorabuena por la iniciativa de convocatoria del Congreso.
Un abrazo.