Un abril precioso, el sol se siente generoso y nos permite disfrutar de paseos, de vida al aire libre. Para los niños, especialmente, el disfrute del movimiento en la calle es algo que debe tener mucho que ver con sentirse en el paraíso.
Esta semana, vivo una experiencia que se repite todos los cursos. El presente y el futuro se entremezclan en mi actividad y en mis pensamientos. Añadido a la actividad normal con los chicos compagino las informaciones a los padres de los futuros alumnos. Es el volver a empezar de cada año. Me gusta mucho entretenerme en esas entrevistas, conocer qué piensan y necesitan los papás nuevos en la escuela. Me interesa oír su planteamiento educativo, su concepto de escuela infantil. Considero que la enseñanza en cualquier etapa, pero sobre todo en la nuestra, debe ser una colaboración, el fruto de una compenetración de toda la comunidad educativa, sobre todo, de la familia y la escuela. Insistentemente os recuerdo que vuestros objetivos educativos son también los nuestros, los chicos del 0-3, no deben ser objeto de finalidades académicas, sino de maduración y desarrollo, vuestra misión y la nuestra.
Tal vez por mi edad, tal vez porque creo que es mi obligación moral y ética, últimamente, no me reservo la opinión. Cuando los padres exteriorizan planteamientos que considero que puedo completar o incluso modificar (ruego no se entienda como prepotencia), me implico, aunque sé que a veces esto no resulte comercial. ¿Qué le voy a hacer? Por más que las asociaciones nos trabajan para que asumamos nuestro componente de empresa, soy tozuda y priorizo sobremanera que la educación no es un bien de consumo es un derecho fundamental.
Ayer, metida en estas «faenas particulares», conversaba con una mamá. Me decía que el hablar de programación, de proyectos, para niños de un año le sugería estructura, rigidez. Ella pensaba que sólo debían jugar. Me encantó el desafío, el reto de argumentar, de defender nuestro modo de trabajar, nuestra concepción de la educación en este, el primer ciclo de infantil, el más importante de la vida.
Y como estoy acostumbrada a que mis chicos conozcan a través de la experiencia, pues no se me ocurrió nada mejor que enfocar mi explicación con un paralelismo de la vida cotidiana, de lo que todos los padres hacemos todos los días. Le dije que aunque no tuviese una etiqueta lingüística de programación, ella sí la hacía todos los días, para dar de comer a su pequeñito. Como madre, era responsable del crecimiento del niño y para ello debía llenar su estómago, todos los días, en un orden, con unos ingredientes, cocinados de una determinada manera. Y el desarrollo físico de su peque estaría determinado por aquella carga genética con la que vino a este mundo y por los cuidados/atenciones pensados/reflexionados que ellos, los progenitores le han suministrado.
Del mismo modo, el sistema nervioso necesita su alimento. Completamente de acuerdo que el medio rey de este ciclo, es el juego. Pero creo firmemente que el educador debe tener un planteamiento reflexionado, un modo de hacer fundamentado en conocimientos fisiológicos, y psicológicos, que no es lo mismo estimular que no hacerlo, que no es igual plantear situaciones de aprendizaje creativas y alimenticias para sus capacidades, que no es lo mismo poder ejercitar sus habilidades en mil retos que propongan el ejercicio de sus respuestas… que no hacerlo.
¡Hay que cuidar el alimento! ¿Dirigismo? NO, mimo, conocimiento, atención a la necesidad de cada momento vivido con absoluto respeto a sus iniciativas, buscando la autonomía, la individualidad, la creatividad, la satisfacción, promoviendo el interés y la competencia… es imprescindible programar, plantear desafíos.
Hablamos de otro ejemplo muy gráfico. El aprendizaje de segunda lengua, de como el oído de los recién nacidos viene predispuesto para discriminaciones auditivas que el no uso atrofia, haciéndonos adultos sordos para todos aquellos sonidos que en la primera etapa de la vida no hayan sido alimento sensorial y por lo tanto cerebral.
No me dan miedo las palabras programación y aprendizaje en nuestra etapa, son mis preferidas. Sólo adquieren connotaciones muy negativas cuando el proyecto no está vivo, cuando la actitud del educador le resta el pálpito. ¿Y cuál es ese pulso? El del niño, el de cada niño.
Es obvio que no se puede pretender todo, también es obvio, que se debe pretender lo mejor para ellos. Estamos ayudando a la construcción personal de un ser único e irrepetible, con todo lo que de pasión, magia, esfuerzo y responsabilidad implica.
¡Buen fin de semana!
Deja una respuesta