Acudo a nuestra cita anual para escribir mi carta a los Reyes Magos.
No se puede evitar cierta nostalgia ¿verdad?, cuando al cerrar la puerta de un año muchas cosas quedan definitivamente atrás. El tiempo que teníamos para invertir en proyectos se acaba. Las esperanzas se lograron, otras siguen en estado de latencia y algunas nunca se realizarán. Hay que decir adiós a ideas, a proyectos y esto duele, mucho más si el adiós es a personas.
Así es la vida, tantas veces amarga, tantas otras atropelladamente maravillosa.
Esta es una carta que no tiene más originalidad que la individualidad. Es un escrito desde un estado calmo, de quietud y serenidad y también, siempre, de alegría confiada en las oportunidades. Eso sí, no puedo evitar que estos reglones, en estas fechas, se me tuerzan y estén cargados de afectividad quejumbrosa.
Lo más importante de mi 2016 es cómo será almacenado en el desván de las memorias. Los acontecimientos resonarán como dulces palabras, sensaciones y goce o bien como desesperos y vacíos y silencios.
Atesoraré recuerdos y cada vez que acuda a ellos sé que se verán modificados por estados de ánimo, por opiniones nuevas, por creencias, por expectativas. Y así el año viejo quedará sometido como el resto de sus antecesores al filtro particular que tiñe mi mirada. Lo que sin duda permanece es el aprendizaje, que con su ristra de vicisitudes y experiencias, me haya dejado como firma y sello del paso por mi vida.
El broche es muy personal aunque no se libra de cierto automatismo, y caes en la inercia de poner de relevancia aquello en lo que nos defraudó. Forma parte de nuestras plantillas de vida, ver el vaso medio vacío. Se nos olvida en este registro que muchos son imponderables sí, pero también es cierto que de lo que nos faltó, algo, seguro, podría haber tenido otro discurso tendiendo puentes o al contrario levantando muros. Poniéndose del lado o de frente a lo que para no desacreditar nuestra autoestima tildamos como destino.
No le resto buena intencionalidad cuando reseño que en muchas cosas fuera poco obsequioso; contrarrestó cuando pudo con mucho y muy bueno. Lo que me hizo bien, lo que me alentó a ser como quiero ser.
Poner al corazón y a la razón en el mismo barco es en tantas ocasiones una grillera. Hay que esperar la luz del día y revisar intenciones subyacentes; todo lo que nos contamos no siempre es cierto. Como decía Jane Nelsen, este año a su paso por España, busca el oro en tus emociones y reinterpreta para que no te hagan daño.
La balanza se inclina de un lado u otro, dependiendo de las piedras del camino, con quién hayas hecho el recorrido y cómo lo haya integrado tu intérprete interno ¿Te trajo afectos, amistades, aprendizajes? ¿Se te hizo más grande el corazón porque lo llenaste de amor?
Mi año ha sido extremo, zigzagueante entre lo más hermoso y lo más indeseable. No se anduvo con chiquitas. En cualquier caso intenté no permitir una estela de consecuencias negativas. No es lo mío escarmentar con ellas, soy terca, no sé si paciente, disecciono y si asoma un ápice de oportunidad insisto en ello hasta no poder más; reviso, doy vueltas, tal vez me pongo o me ponen a prueba y no me rindo. Soy de una generación en la que había que sobreponerse a la desilusión y no esperábamos cambios repentinos, si acaso, con mucho, mucho empeño. Pues eso, poniendo buena cara y arrinconando el mal talante.
De las otras, de las vivencias hermosas, como casi todo el mundo, me nutro y las revivo y las ensueño.
Este 16 como os decía, lo he sentido como una prueba tras otra. Aparecieron momentos duros. Cuando la enfermedad terrible cerca a tus amigos, a los que quieres, tienes que ejercitar eso que tiene un nombre tan difícil y que resulta igualmente complejo ponerlo en práctica, la resiliencia. Sentí miedo.
No hay que permitir que el péndulo se quede en un solo lado y aunque sea a empujones se busca recuperar el equilibrio. Cada encuentro con la adversidad puede y debe ser superación y crecimiento personal y eso ha quedado inscrito también en el haber de este año. Nada es solo blanco o negro. Cuando las personas sufren también aparece el coraje y las fuerzas que emergen no sé de dónde las convierten en sencillamente admirables. Y aunque no las hubieran tenido, también, porque solo somos sencillamente humanos.
Lecciones de vida.
También he podido, independientemente, del rechazo que me produce, comprobar la capacidad de las buenas gentes que ven truncadas muchas de sus ilusiones por no encontrar un trabajo. Personas que podrían acabar cuestionando sus aciertos y su valía. Coraje de nuevo. En lugar de demostraciones de ira o actitudes desabridas he visto amor y afán de superación.
Lecciones de vida.
Un año esquizoide. Sin rumbo cierto. Con finalidades indignas en tantos dirigentes que se olvidaron de cuál era su cometido y sin embargo no dudaron en mostrar la desvergüenza. Ellos que deberían mostrar modelado.
Un año implacable con la infancia, con las familias sin hogares, sin alimentos para el cuerpo, ni para el alma. Con muerte y destrucción. Menos mal que aquí, nos deslumbran las luces de neón, nos anestesian y de vez en cuando hasta podemos sentir alegría desbordante.
Brutal lección de vida.
Y como soñar es lo que toca en estas fechas y en esta carta, se me ocurre, tal y como os pasará a muchos de vosotros, empezar desde ahora mismo a ejercitar el arte de la varita mágica para los 365 días que están ya esperando a la vuelta de la esquina.
Cada uno tiene una dentro de sí.
Tenerla no es ser mago, yo al menos no lo soy; es poder hacer magia y quizás, tú lector, tampoco seas mago pero seguro que has sentido como yo que en ocasiones puedes usarla, en tu espacio, con los tuyos, con los que te relacionas. Y este año he sentido que la varita la usaron otros conmigo. He impartido muchos talleres, he bajado de la red, he puesto el pie en tierra firme y me he calzado los zapatos de muchas familias, de muchos docentes. Ellos me han enseñado enriquecimiento personal, he debatido y reflexionado sobre la niñez, la de nuestros hijos y alumnos y también sobre la otra, la que impacta de manera inconsciente en ellos, la nuestra, nuestra infancia. He comprobado que hay mucha necesidad de entender, de aceptar, de participar en el cuidado de nuestros pequeños de una manera más compasiva, más humana. Engrandece a las personas la voluntad de mejorar, aunque para ello necesitemos pico y pala.
Y esto también es lección de vida, es esperanza.
Lecciones que otorgan todo el aprecio y el reconocimiento a la confianza en nuevos procesos, desde tierra más fértil, procediendo desde el sentir.
Piel, mente y alma impartiendo talleres de Disciplina Positiva. No ha sido un año cualquiera en este sentido. Entrenadora y aprendiz al mismo tiempo, he recorrido muchos escenarios, he encontrado cariño, ternura, amistad, cercanía y mucho estímulo para seguir avanzando en aquello que hace poco más de tres años solo era una quimera, que nunca dejó indeferente, eso sí, provocaba curiosidad y otras pasiones tan solo porque la palabra «disciplina», aquí y todavía, levanta ampollas.
La levadura no se ha escamoteado, ahora hay que dar calor al proceso esperando que la metodología del lenguaje de amor se muestre alimento esencial para el alma infantil.
He entregado esfuerzo y me ha sido devuelto de una forma prodigiosa. La Disciplina Positiva tiene una rara cualidad, crea vínculos, genera conexión.
Gracias a tantos, gracias por todo.
Cabalgar por encima de dichas o desdichas con una actitud de fuerza, de poder; abrir la mente, casi tanto como si fuera nueva, limpia de restos y posos. Empaparse de todo lo que te funcione para vivir mejor. Algo así como una renovación del alma.
Entrar al nuevo año como si fueras un niño, con ansia de hacer, de decir, de jugar, de aprender. Escuchar los sones melodiosos de la bonhomía reconfortante y así, ligeros de amenazas, con la masiva incorporación de energías a estrenar, emprender retos y desafíos para que el sello persecutorio de la ansiedad constante y perturbadora del paro, de la enfermedad, de la vileza, de la indignidad… no nos maltrate este año.
Y con la varita ir eliminando todo rastro de un mundo que tolera el descaro, que mira indolente la indignidad de las guerras, que soporta sin estremecimiento la mortalidad y la penuria por miseria y hambre. Y seguir borrando, la indefensión de la infancia en riesgo, la degradación por la banalidad de valores y principios de trascendencia. Y denunciar las malas artes y el sometimiento del débil. La acritud en las relaciones, la desidia, la desesperanza, los desafectos…
No lo siento solo hoy, hoy lo escribo. Luego, cada día, semiabandono la queja y cojo ese pico y pala; mi humilde y sólida varita. Unas veces con más energía, otras me falta.
Poner en marcha un año nuevo, con el arte de la paz, con la cercanía de lo significativo. Ceñirse muy fuerte las amistades, los que te quieren. Nutrirme con los que amo, ser valiosa para los que me aman. Encontrar bálsamos sanadores para cuando llega el desconsuelo. Deseando contagiar y contagiarme de alegría, rodearme de los que están diseñados para la armonía, mis chicos. No quiero más.
Lo sé, esta carta ilustra la necesidad de cambio. Sembraré en mi…
No podré hacerlo sin ayuda, cuento con muchos ¿cuento contigo?
NOTA: Queridos Reyes Magos, conozco vuestra asombrosa precisión, ya sabéis cuál es mi regalo.
¡Felices Reyes queridos amigos!
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