Militantes del aprendizaje basado en proyectos, agotamos las últimas jornadas de un curso único y con la mente fatigada pero inasequible al desaliento, aquí van algunas reflexiones sobre nuestras experiencias de escuela.
La necesaria sistematización de la educación cuenta con numerosos beneficios, así, sin ir más lejos, asegurarnos la visibilidad de las finalidades, permitirnos decidir reflexivamente adecuación de estrategias y medios para llegar al destino, e incluso, en momentos de incertidumbre, poseer un recordatorio para recuperar la ruta.
Esta sistematización es aval educativo siempre que no olvidemos que debe ir acompañada de una habilidad fundamental, la actitud desde la que se aborda, la sensibilidad. Si carece de ella pierde el pulso, se torna rígida, carente de su principal virtud, la cercanía a las necesidades infantiles. Y se muestra flagrante la contradicción entre lo que se persigue y lo que se hace para obtenerlo. Solo tenéis que echar un vistazo a tantos métodos que se aplican como si fueran elixires, remedios para todos. Este reduccionismo es un fracaso anunciado ya antes de ponerlo en práctica porque olvidan que todos y cada uno somos únicos.
Después de un curso entero en el que hemos puesto toda nuestra confianza en una estructura para educar, MimaMadrid, puedo escribir hoy, ya, sobre lo que nos ha procurado y cómo lo hemos vivido a través de esta sistematización que hace especial hincapié en el conocimiento de la naturaleza infantil y las interacciones mediadas por la sensibilidad.
Resultará desconcertante que os comente que una frase encierra el distintivo de esta tarea, «hemos perdido el tiempo» y para ello «nos hemos tomado nuestro tiempo y hemos reconocido que los niños pueden y deben tomarse el suyo».
Un juego de palabras que quisiera funcionara como invitación a plantearse actitudes y prácticas en educación.
Hablar de perder el tiempo en cualquier ámbito tiene una connotación negativa, de fracaso, de no aprovechamiento, de no lograr, de insatisfacción.
Sin embargo creo necesaria una afirmación tan rotunda pensando que, tal vez, el impacto nos acerque al concepto de la que ha sido nuestra actitud en este periplo.
Nuestra función de educadoras es nutrir y extraer, no cebar, ni llenar. Hay metodologías que aparentemente nos sitúan más cerca de lo uno que de lo otro. Pero realmente, sin esa actitud de aprecio a la manipulación interna que el niño hace de las experiencias, muchas de estas metodologías pueden resultar igualmente perpetuadoras de cerebros como receptáculos, en lugar de mentes en ebullición.
Cuando se opta por «llenar», el tiempo puede parecer escaso para «ocupar» los receptáculos infantiles, y así proliferan programaciones ¿pensadas para los niños?, perfectamente repletas de contenidos y actividades. Todo el tiempo aprovechado. Sin embargo es demasiado frecuente que no figure en ellas «el tiempo para lo humano». Fichas, actividades, a cada cual más bonita, agendas sin espacios en blanco. Recuerdo como no hace mucho me lamentaba de la negativa de varios centros escolares cercanos a aceptar una solicitud de tarea cooperativa que uniera a sus alumnos y a los nuestros. No hubo posibilidad, las agendas, firmes e inmodificables, no contaban con margen para la sorpresa, para la reinvención de media hora en una jornada ¿de vida?
En Infantil contamos con una enorme potencialidad (cuando te detienes y piensas en lo que esa potencialidad puede ser o dejar de ser sientes que eres privilegiada, también un poco de vértigo) que como todos sabéis tan solo es humo; si se alienta su desarrollo a través de escenarios adecuados, entonces sí, ya estamos camino de la capacitación y la competencia. Quizás sea esta la base del problema de la Educación Infantil, nos abruma la urgencia de los resultados y llenamos de datos, incluso resolvemos por los niños innumerables situaciones sin darnos cuenta de las oportunidades que les restamos evitando los problemas tan necesarios para conocerse a través del uso de habilidades y destrezas, incluso etiquetamos de por vida si no se logran los resultados esperados, ya, en ese instante. Ocupamos todo el tiempo, demasiado frecuentemente, de manera desafortunada, sin ojos para ver los efectos a largo plazo, sin alma para reconocer la ineficacia de esta gestión errada del tiempo de los niños.
La información es necesaria, claro que sí, es importante, con ella se amueblan los cerebros. Pero igual de importante es tomarse tiempo para ver cómo se percibe, cómo se interpreta, cómo se procesa esa información. Perder tiempo, a la hora de educar, observando, confirmando cómo fluye en cada alumno la vida, es la diferencia entre seres que puedan amar sus cualidades o seres que puedan no llegar a conocer sus talentos.
El cerebro siempre busca la armonía. Si se parte de una interacción en la que se provocan hastío, ansiedad, temor, enfado, desmotivación… cualquier estímulo, cualquier sistematización fracasará. Entonces sí que estaríamos perdiendo el tiempo de verdad. Sin armonía el niño no se siente seguro, confiado, no puede explorar ¡no aprenderá!
Los estímulos, las experiencias, las relaciones ¿promueven las emociones primarias de placer? ¿Pasan la puerta del cerebro instintivo al cognitivo? Pues ya cuentas con el billete, estás acompañando en el viaje en el que el mundo accede a la mente, en la codificación de la información, en su integración, en cómo será archivada, en el cambio del cerebro mediante el aprendizaje.
Este es el gran reto ¿qué hacer para que las curiosidades infantiles no muten en durmientes? ¿Cómo atender para que las relaciones y la impronta ambiental esculpa en el flamante cerebro fortalezas en lugar de vulnerabilidades para erguirse ante la vida y sus desafíos?
El diseño puede parecernos enormemente complejo, las bases como dice Suzuki, para que las semillas logren fertilidad, estímulo adecuado y tiempo.
Los estímulos no son tal si no sirven para acompañar al niño hacia la conciencia de sí mismo y del mundo que le rodea; seleccionarlos, trabajarlos, es un cultivo no de inmediateces, sino teniendo en cuenta que son dones para el futuro.
No hay recursos específicos eficaces por más adorno y lazos que se les pongan, hay recursos que a través de la actitud del adulto invitan a representaciones coherentes de lo que nos rodea, que influyen positivamente en el modo en el que construimos la realidad. La emoción que susciten es la llave, de ella depende el significado, el sentido, el valor de los objetos, personas y entornos. Puedes aprender el color rojo escuchando a otro desde el asombro o desde el tedio, haciendo dibujos hasta que el agotamiento te rinda a la evidencia del dato o bien puedes sentir la suavidad aterciopelada de la amapola; puedes aprender el color rojo presionado por la entonación de una orden o entusiasmado por una pregunta que denota el interés por escuchar tu voz. Puedes aprender el color rojo mientras te dicen que no hay manera de que no te salgas de la raya o bien puedes interiorizar mientras exploras qué sucede con el color rojo mientras te sales de las rayas. Lo importante es qué emoción primaria suscitó la actividad y de qué manera va a quedar la experiencia instalada en tu memoria.
Por ello este año hemos perdido el tiempo en educar las emociones, solo así el programa biológico de cada alumno que garantiza el bienestar tendrá lugar. Emociona T impregna cada una de nuestras actuaciones y esperamos ¡ojalá! siga siendo una práctica habitual en las vidas de nuestros chicos.
No hay duda, la naturaleza infantil nos da señales de cómo acompañar el proceso de aprendizaje. Aun así, tantas veces ciegos al mensaje del funcionamiento infantil, permanecemos instalados en usos y prácticas desalentadores a los que los niños sobreviven no sin déficits y huellas que permanecen y atoran el crecimiento personal futuro.
Construimos el plan
Cada una de las narraciones de esta nuestra historia con MimaMadrid ha contado con un plan para perder el tiempo porque sabemos que solo así aparece la importancia de la línea, del color, de la luna, de la flor, de lo pequeño, de lo sublime…
Pensamos que la mejor manera de aprender es a través de la realidad. Lograr experiencias educativas que sean situaciones problemático creativas en las que los niños puedan crecer y desarrollarse de manera integral, ha sido nuestro propósito más importante.
Allá por octubre inaugurábamos MimaMadrid con una inmersión en la literatura. Todo un clásico, Caperucita Roja.
En busca de formas nuevas y exitosas de exploración, de hacer preguntas, probar, ensayar y errar, hacer experimentos e investigar, para lograr interiorizaciones, recuerdos, imágenes, lenguaje, símbolos, sentimientos y actuaciones.
El filtro de nuestra mirada sobre un cuento que perdura; quisimos contribuir dándole vida para estos pequeños que sin duda, algún día, harán su versión de esta historia que empezó a contarse a través de sensaciones e imágenes, un día en la escuela… Emociona T envuelve y crea atmósferas, trabajamos el miedo.
La casita del bosque quedó de escenario cotidiano, instalada en nuestras paredes, transitada miles de veces por los niños que al traspasar su puerta entraban en el mundo en el que todo es posible, la fantasía, el ensueño, la imaginación.
Por Navidad qué mejor manera de darnos un gran homenaje, nosotros mismos, las personas fuimos el tema del proyecto. La escuela se convirtió en un astillero, flotamos el barco ¡A bordo todos, somos piratas! Aguerridos, hemos zarpado en la curiosa embarcación a navegar el Mar de La Tristeza.
Aguas oscuras a veces, olas encrespadas ¡no temáis! Llevábamos brújula ¿sólo brújula? No, no tembléis amigos, hemos hecho acopio de un buen montón de fieles cómplices, al fin semejante aventura lo requiere ¿o es que acaso seleccionar buenos instrumentos de mar no es el mejor de los aciertos? En lo emocional sin lugar a dudas.
Negar la tristeza, dejarla arrinconada, no darle la entidad que tiene, incluso ridiculizarla, a los niños pequeños les desconcierta ¿cómo que no me pasa nada? ¿Cómo que no estoy triste? ¿Y por qué dirán que no siento lo que siento? ¿Y por qué no puedo llorar? Ay si alguna vez estas mentes infantiles pudieran expresar en código adulto la descripción de cómo respondemos los educadores al lenguaje emocional…
Cargados hasta los dientes con un armario reventón de herramientas. No te preocupes marinero, cuando te asalte la tristeza, la pena, el enfado, saluda a tus emociones, que se encuentren aceptadas, luego desenvaina cosquillas, sopla para avivar las velas de la energía, dispara abrazos, conversa ¡mueve tu esqueleto pirata! Mira, busca, piensa, abre el arcón de los tesoros y modula tu emoción.
Sin darnos cuenta estábamos en enero ¡rayos y centellas cómo corre el tiempo! Hacía frío, nos arropamos con un buen abrigo, lleno de notas. Guitarras paternas y maternas, grupos musicales que hacen magia y cómo no, los cantautores del parque, gorriones, palomas, también alguna urraca.
MimaMadrid está hecho de oxígeno, sale a la calle, escucha a los pájaros y ¡sorpresa! regresa a casa a llenar las aulas de trinos y gorgoritos.
Dos temas, ambos, materiales de construcción personal. Dos enseñanzas más que no tienen el reconocimiento que debieran en los diferentes niveles educativos, la música y una emoción, la sorpresa.
Si tuviese que resaltar algún mérito específico en esta elección que hicimos para la tercera aventura de MimaMadrid seguramente no podría evitar el valorar que hemos sentido la necesidad de devolver a las dos, música y emoción, un poco de tanto como nos dan en Educación Infantil. Compañeras fieles, siempre con beneficios reales.
Nos gusta el arte ¿cómo vivir sin él? Cuarta experiencia de MimaMadrid. Fuimos al entorno en el que nos admitieron. Somos pequeños, creen que no podemos apreciarlo. El enfado también nos enseña.
El museo de los juguetes grandes, así lo llamaron los niños ¿Quieres que tus chicos sepan ver? Hay un camino, acompaña, ofrece, muestra.
Fuimos, como siempre, equipados de exploradores. No los hay mejores.
La percepción infantil está siempre en “modo ON”.
La monumentalidad del entorno denotaba los pocos centímetros de los niños.
No fue un obstáculo, raudos, entregados, correteaban entre piedras, hierro, acero; esculturas aparentemente mudas.
Formas, líneas suaves o broncas, todas rotundas, atemporales, no tardaron en impactar en los sentidos infantiles.
A duras penas podían soportar el magnetismo. Lo sé, cautivados, deseaban encaramarse, abrazarlas. Comunicar como solo sabe hacer un niño, con el cuerpo entero.
¿Qué interpretaron? No tienen cortapisas, lo expresan claramente, sintieron y vieron enormes juguetes. La intuición esta vez no falla, sabemos que las sensaciones y las imágenes poblaron sus cerebros, limpias de adultismos. Estoy convencida de que nunca estas obras tuvieron una mirada menos mediatizada, más pura.
Los mensajes de Chirino, Ugarte de Zubiarrain, Alonso Coomonte… “captados”, no por críticos expertos, sí por los que se están iniciando en dominar lenguajes, el del arte también.
Y este proyecto no estaría completo sin ella, nos gusta la naturaleza, volver a nuestras raíces, fundirnos en la estampa del paisaje; abandonamos el asfalto y nos hemos paseado por la selva, digo no, ahí es dónde creían nuestros chicos que íbamos pero lo más cercano a nuestras posibilidades para conversar con nuestros colegas, los animales, ha sido el zoo de Guadalajara. Allí nos esperaban amigos que hicimos el año pasado, el pavo, el mono, la gallina, la perdiz… ¡Última experiencia de MimaMadrid!
El verbo por excelencia fue «mira» ¡todo era descubrimiento!, la expresión siempre la misma, ojazos de par en par, respiración agitada, los movimientos aparentemente sin gasto de energía aunque subieron, bajaron, corrieron, saltaron… ¿La impresión? Ella estaba con nosotros, la emoción que nos ha acompañado en esta aventura no se hizo esperar, alegría. Los niños conocen con todo el cuerpo, el campo, el aire, el sol, los animales, las plantas dan juego sin fin a a su infatigable curiosidad.
Todas y cada una de estas descripciones han sido nuestra escuela laboratorio.
Hemos trabajado con el cuerpo, con la mente, con el corazón. Hemos trabajado como sabe hacerlo Escuela enREDada, en comunidad, contando con importancia de cada uno de sus miembros, involucrando y forjando vínculos sólidos porque sabemos que los niños nos necesitan así, familias y educadores hombro con hombro, cómplices en una de las tareas mayor magnitud en responsabilidad.
No es una historia más la que relata este artículo, es la historia más importante, la de un año de vida en cada uno de nuestros alumnos. Ojalá las vivencias hayan resonado en cada mente y en cada corazón con la melodía del amor, con el ritmo de la responsabilidad, con la pérdida de tiempo en lo más grande, la construcción de una personalidad.
Si somos capaces de mejorar el entorno de la infancia habremos cumplido con nuestra misión equipo educador y familias enREDadas, este ha sido nuestro deseo.
¡Gracias por permitirnos ser parte de vuestra historia!
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