Cuatro días distintos, cuatro días alejada de Madrid, del bullicio, de los horarios, de rutinas de ciudad. Cuatro días con amigos, con la familia, con el alma, el corazón y el pensamiento distendidos.
Galicia siempre me lo pone fácil, es densa, te acoge, te llena.
Llegas a ella con los sentidos embotados por el ritmo casi desenfrenado de la metrópoli y a poco que te dejes llevar las delicias en las percepciones se van abriendo hueco. No es difícil sentir, los camelios abigarrados de flor, el verde en los montes los hace exultantes, y el mar ¡Ay, el mar!
Pero no es de lo bien que me he sentido de lo que quiero escribir hoy. Estamos en días prenavideños, las tareas de la escuela tienen todas ese espíritu que pretende poner de relieve los afectos y la unión. La obra de teatro de los padres, los talleres de estrellas, la elaboración del árbol… con el disfrute de lo pequeño vamos alimentando el espíritu de la Navidad. Nuestra Navidad.
Pero hay otras.
No soy de las personas a las que les guste hablar de las penurias que padecen tantas personas en este querido y terrible mundo. Me da pudor hacerlo.
Pero esta vez quiero compartir con vosotros una experiencia, la de Arancha, hija de Juan y Belén, unos de los amigos con los que hemos disfrutado del regalo de estos días en Cambados. Con ellos hemos leído y sentido, esa otra Navidad, la de los niños de Sishu Bhavan.
No os cuento más, sólo que las palabras de Arancha se metieron por los poros de mi piel con la misma suavidad y la misma contundencia que la humedad gallega. Se instalan en ti y te encogen.
Si nos dejáramos sorprender. Por Arancha Bolívar
Creía que ya nada me impactaría en Calcuta, creía que era imposible que me sobrecogiera ya la pobreza, la enfermedad o el abandono. Creía que lo había visto todo, que ya había tocado y sentido a los más pobres entre los pobres. Sin embargo, la vida siempre sorprende y hay que saber dejarnos sorprender.
A las 3 de la tarde recorrí esas tres manzanas que separan Sishu Bhavan deMother House. Es en este centro donde se lleva a cabo el registro de los voluntarios así que conocía exactamente donde se encontraba. Sishu Bhavanes el centro de las Misioneras de la Caridad que alberga a niños de un gran abanico de edades que sufren problemas mentales, paraplejias, malformaciones, autismos y muchas otras enfermedades crónicas graves. Es en Sishu Bhavandonde también se llevan a cabo las adopciones.
Tuve la suerte de ir acompañada de otras dos españolas que conocían el centro. Subí las escaleras siguiéndolas de cerca. El primer impacto fue olfativo ya que el olor a desinfectante tan característico de Pren Dam me parecía de maravilloso ambientador comparado con el que aquí experimenté. El segundo impacto fue visual pues al entrar en la sala observé, además de una larga hilera de cunas de metal, una colchoneta en el suelo repleta de niños rechazados y no queridos. Casi todos tumbados pues solos no se sostienen sentados, tampoco gatean. Muchos no articulan sonidos, algunos ni gesticulan. Caras deformadas, miradas perdidas a causa del autismo, piernas, brazos, cabezas y cuerpos retorcidos por malformación o maltrato.
Me quedé en shock, se me hizo difícil dar un paso. Las otras dos voluntarias me invitaron a sentarme en la colchoneta con ellas y a tocar a los niños. No sé cómo, conseguí acercarme y tomar asiento. No hablaba, no reía, no pensaba; sólo sentía. Sentí el sufrimiento de esas pobres criaturas, sentí el dolor de sus llantos y de sus huesos, sentí su soledad en el abandono.
Dos días más tarde y sola, volví a subir esas escaleras, volví a entrar en la sala, volví a observar la hilera de camastros, volví a avanzar hacia la colchoneta, volví a sentarme entre los niños.
Fue en ese momento, dos días más tarde, cuando sentí el amor que había en esas cuatro paredes. Sentí la gratitud de sus miradas, la grandeza de la entrega de las sisters que no se despegan de su lado, el cariño con el que se les cuida, su felicidad por ser queridos, cuidadosamente vestidos y alimentados. Dos días más tarde, les cogía en brazos, les acariciaba, les cambiaba el pañal, les hablaba, les intentaba arrancar una sonrisa, les conseguía dar de comer. Dos días más tarde, pensé en lo afortunados que eran porque cayeron en manos de unos ángeles que dan su vida por ellos. Entendí que son ricos y no pobres: tienen alguien a quien le importan.
Dos días más tarde, volví a casa con el corazón agradecido de haberme dejado sorprender de nuevo.
¡Muchas gracias Arancha, sé que mañana miraré a mis chicos con otros ojos! ¡Ojalá ellos sepan construir un mundo distinto, un mundo mejor!
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