
Conciencia y práctica, la una sin la otra no son suficientes para un proceso de cambio hacia la parentalidad positiva. Sin tener en cuenta estos dos factores podemos sentirnos defraudados en las expectativas y con dificultades en el aprendizaje y desarrollo de nuevas habilidades de la parentalidad consciente.
Hace años, cuando iniciábamos en la escuela nuestro proyecto de educación democrática, no tardé en darme cuenta de que las ganas, si bien necesarias, no superan todos lo escoyos. Cuando decides que quieres cambiar luego hay que encontrar la manera de aquietar la urgencia para poder transitar la larga travesía de aprender a actuar de otro modo. Y publiqué un artículo, «Una proposición incómoda» que hablaba de las contrariedades serias que planteaba ser una comunidad educativa real que quería tener la base en la cooperación entre las familias y los educadores.
Esta dificultad no la entrañaba el que no fuera una finalidad compartida, estoy convencida de que es el anhelo de muchos. La barrera estaba en que el lenguaje de la cooperación implica muchas habilidades. Tener en cuenta al otro, a los otros, escuchar de verdad, ser capaz de comunicar con asertividad, sin herir, sin lastimar, sin presionar; trabajar juntos, de manera saludable y funcional… habilidades que tienen sus cimientos en la primera infancia.
Entonces no lo tuve tan claro, ahora creo que voy atisbando que aquello que me dolía, no conseguir de pleno un idioma colaborativo, era lo normal, lo humano.
Sabíamos lo que queríamos, pero no sabíamos hacerlo.
Los talleres y las expectativas que generan sobre parentalidad consciente.
Son muchos los talleres formativos que he impartido hasta ahora y mucho lo que voy aprendiendo en contacto con la retroalimentación de tantas personas que se acercan, que abren sus mentes a otras ideas, a otras praxis más respetuosas en educación.
Siempre he intentado que mi actitud en la comunicación fuera tan porosa como permeable porque sé que solo así podré conectar con las necesidades de las personas que acuden al taller. Cuando impartes formaciones se corre el riesgo de acomodarse a los contenidos y permanecer en «el lado de las certezas» de lo que trasladas, obviando el impacto en las mentes y corazones de los asistentes. He huido de esto. Si alguna vez siento que estoy instalada en esa actitud deberé abandonar la tarea. Sería un proceso muerto.
Y con esta mirada he seguido consolidando una creencia.
Las personas hemos decidido que queremos otras relaciones sociales más humanizadas. Por primera vez en la historia, las familias, nos cuestionamos como educadores. Acudimos a talleres formativos, leemos, nos empapamos de términos, de ideas. Por un momento, tenemos las estrellas al alcance la mano. Una nueva parentalidad es posible.
Sin embargo, no nos salen las cosas como queremos. Queremos mucho, lo mejor para los niños. Pero la realidad es abrumadoramente terca. No nos salen las cuentas. Y ya no digo orgullo, que sería una exageración, un sentimiento distinto se cierne sobre nosotros.
Ese agujero del que hablaba en acoso escolar está ahí. Pertinaz. No hemos encontrado nexos para vincularnos a la infancia desde que optamos por renunciar a la sumisión.
Es una renuncia que adquiere la categoría de no verdadera. Solo está en el ánimo. No figura en las prácticas. Y esas prácticas evidencian insuficiencia.
Somos sinceros deseando, no lo hemos logrado actuando.
Y hay miles de publicaciones, listados sin fin de recomendaciones, de herramientas. En estos listados ya van implícitos tantas veces esos sentimientos que revolotean y nos cercan, la culpa y la frustración ¡La asfixia del aliento!
Hay insatisfacción, hay, hasta diría, graves problemas de estabilidad emocional. Las personas, especialmente las madres que son las que se han legalizado hablar de lo que sienten y de lo que hacen, tienen problemas y dificultades para darse un aprobado en autoestima a la hora de llegar a esas metas de crianzas democráticas. Esto es brutal en educación.
Los niños necesitan adultos confiables, necesitan organizaciones mentales equilibradas, estables. Pero hay muchas personas entre nosotros, los educadores, que no tuvieron el apoyo emocional necesario en sus primeros años de vida y así la transición a «ser apoyo emocional de otro», que en esto consiste fundamentalmente el ser promotor de desarrollo socio emocional, es un reto no solo comportamental, sino que empieza por revisiones tan profundas que llegan a lo fisiológico. Nuestra química no ayuda, tenemos un legado de adrenalina y cortisol, estamos cableados para defendernos y atacar. Los reguladores emocionales, los sistemas de neurotransmisores, se programaron para dar respuestas al estrés, y orientan en una dirección determinada.
Los efectos del castigo y del control en educación son prolongados y se acusan en muchos de nuestros actos. Y roen las esperanzas.
La confianza básica, bloque fundamental en la vinculación educativa hace aguas porque el educador anda profundamente desorientado.
No tenemos una cultura en la que el amor cuando más se necesita, cuente. Y este proceso de cambio tan radical precisa amor, amor a nosotros mismos.
¿Estamos confundiendo a las personas en las formaciones sobre habilidades socio emocionales?
Sí, es posible que de manera no intencional haya un mensaje confuso en las formaciones. Eso que parece tan obvio, ser un educador democrático, no es fácil. Que nadie te engañe, y, sobre todo, que no nos engañemos a nosotros mismos. Crear nuevas habilidades socio emocionales, como decía al principio, es primero conciencia. Estar informado, tener conocimiento. Pero esto no es suficiente.
Hay que lograr nuevas reorganizaciones neuronales.
Nuestra mente adulta está conformada, lo hemos hecho a través de lo que hemos vivido. Lo que hemos elegido percibir y el sentido que le damos a lo percibido, eso es lo que somos cada uno de nosotros. Son muchas horas de vida, muchos procesos mentales, muchas codificaciones y almacenamientos de datos.
Cuando la lógica privada, la nuestra, afecta de manera no saludable a nuestros niños, la imagen que nos devuelve el espejo es muy incómoda. Aplicamos en la vida cotidiana todo aquello que rechazamos, etiquetamos a los niños, humillamos, avergonzamos, mientras les queremos endiabladamente. Errores que han costado y siguen costando muy caros a la humanidad. Estado de confusión y equilibrio caótico en la personalidad y en las vinculaciones ¡Qué lejos de la parentalidad positiva!
¿Esto es irreversible? No.
¿Está todo perdido? Ni mucho menos.
La formación en nuevas habilidades para educar
A lo que sí ayuda la formación es a poner de manifiesto una brecha muy grande entre lo que nos gusta, lo que creemos que deberíamos hacer y lo que hacemos, que es precisamente lo que no nos gusta. Realidades aparentemente irreconciliables. La violencia verbal o física sigue instalada en hogares y aulas ¡De nuevo muy alejados de todas las prácticas que las formaciones proponen como apropiadas, respetuosas con la naturaleza infantil, en la parentalidad consciente!
Pero exigirle a nuestro cerebro, exigirse a uno mismo, cambiar de la noche a la mañana, es además de desconocimiento de cómo funcionamos, una suerte de desafío insuperable y como tal frustrante, en algún caso desgarrador.
La conciencia de nuestros déficits como educadores, a veces, nos rompe.
Mientras hacíamos lo que siempre se ha hecho, así, sin vacilar, sin querer saber más, era indoloro. Cuando uno decide ponerse el foco delante y aprecia el impacto en los niños, y nos reconocemos en sus limitaciones y en sus dificultades… duele.
Lo que también pone de manifiesto la formación es que ahora, con esta imagen nueva de nosotros mismos como educadores, podemos sacar provecho si perseveramos en ser ese agente transformador empezando por nosotros mismos. Mantenernos en el oscuro vacío que se genera cuando obviamos que el camino emprendido con el reconocimiento de los errores es, cuando menos, muy largo y sinuoso, solo nos ancla a la culpa y atrofia la motivación de mejora ¡Ojalá ser padres y madres conscientes consistiera en poner el piloto automático!
La educación democrática no es hoy por hoy la que organiza nuestras vidas, tampoco la base del trato humano.
- No hay magia en los procesos de cambio. No la esperes.
- Los niños no se merecen quedar expuestos al azar.
- No se cambia de un día para otro.
- Cambiamos con autoconocimiento, con esfuerzo. Se cambia con paciencia hacia uno mismo.
- Cambiamos permitiendo el margen para vivir nuevas experiencias que supongan esa remodelación cerebral.
- Se cambia cuando logras ser compasivo contigo mismo.
- Y tú, y yo, y nosotros, somos los únicos que tenemos en nuestras manos la esperanza y la realidad del cambio.
Si nos quedamos en la primera parte, adquirir la terminología, y esperamos el milagro de la conversión de un educador que ordena a un educador que pregunta, de un educador que controla a un educador que involucra, de un educador que siempre quiere tener razón a un educador que escucha; de un educador que invade emocionalidad a un educador que la respeta, habremos frustrado en nosotros mismos la oportunidad de mejora humana y la habremos frustrado como esperanza de transformación social.
Esta información, a mi modo de ver, es prioritaria en las formaciones sobre desarrollo socio emocional.
Aquieta tus expectativas, ponlas en orden, dales margen. No te engañes, que no te engañen. Se llama proceso de cambio y es igual de duro que hermoso en el camino del aprendizaje de la parentalidad consciente.
Si hay amor en lo que hacemos siempre hay esperanza de nuevas realidades.
Decide. El contacto con las formaciones solo es el inicio; luego, en la experiencia privada de la vida doméstica o en la del aula, el interés por el cambio irá, poco a poco, siendo historias de vida y esas sí, esas pueden ser las que moldeen nuevas conexiones neuronales para alcanzar esas cotas de potencial humano deseado.
Gracias por leer, gracias por aportar tu opinión.
Cuanta razón en éstas palabras! me han llegado en buen momento, tal y como dices, tengo las herramientas pero no soy capaz de usarlas de la forma más adecuada y allí viene el torbellino de emociones y culpas…. Me lo guardo para releerlo!
muchas gracias!
Muchas gracias Mara por tu comentario. Pienso que la honestidad y la compasión para con nosotros mismos es un buen cimiento en este proceso que hemos decidido transitar. Acompañarnos y poder comunicar las inseguridades nos puede ofrecer apoyo y también recordarnos que no estamos solos, ya remamos muchos en esta dirección.
Un abrazo!
Gracias por tus palabras Marisa, qué difícil se hace a veces, que complicado cambiar la forma de hacer las cosas aún sabiendo que es lo necesario… Mucho que aprender, mucho que perdonar a una misma, gracias
Muchas gracias a ti Bea. Tenemos la fortaleza de haber emprendido un proceso de revisión de planteamientos, no para culpabilizarnos sino para intentar mejoras. No es sencillo cambiar automatismos muy arraigados pero tampoco es imposible, la fuerza de voluntad es una gran herramienta y la finalidad que perseguimos muy alentadora.
Un abrazo!