Solo soy un niño y quiero que me tengas en cuenta.
Pudiera ser la demanda infantil de cualquier chico en la escuela, a su educador. Tenme en cuenta, de manera integral porque tengo que llegar a «ser».
Con inmadurez, quizás la mayor del reino animal y con potencialidad, también de una gran magnitud, venimos al mundo. Al poco somos miembros involuntarios de un buen número de entornos sociales, familia y escuela, al menos. La meta, en todo caso, es esa, «ser», llegar a tener el sentimiento de aprecio y valor personal, de que somos significativos para nosotros mismos y para los que nos rodean.
Para recorrer el camino de la individualización, gozamos de una propiedad importante, venimos predeterminados para las relaciones sociales. Sí, para llegar a ser «yo», dependemos de otros.
Son ellas, las relaciones, las que permiten que podamos sobrevivir cuando no contamos con ninguna autonomía para procurarnos sustento, y también son ellas, el vehículo para que lleguemos a saber quiénes somos, quiénes son los otros, qué poder tengo y cómo funciona en las situaciones de vida. Son la fuente para mirar el mundo de una u otra manera, son las responsables de que logremos el bienestar o nos sintamos inadecuados o fracasados.
Ando estos días atareada impartiendo talleres sobre habilidades y herramientas educativas. Y quizás el enfoque pueda resultar extraño pero no soy capaz de concebirlo de otra manera. Las estrategias no pueden ser el principio, lo serán cuando hayamos tomado conciencia de los requerimientos básicos como educadores: somos responsables y contribuidores al desarrollo infantil (aún se oye, se lee, que como docente tan solo de la formación académica), nuestra actitud es tan decisiva que es capaz de inclinar la balanza en un sentido o en otro en el presente pero también en el futuro de los niños y que las relaciones que entablamos son nada más y nada menos que construcción de mente.
Por ello, siempre, comienzo con dos enunciados para situarnos con pies firmes, esos pies bien calzados para recorrer el camino de los procesos del aprendizaje.
- Lo prioritario es la calidad de las relaciones, relaciones con capacidad de crear atmósferas cordiales. Sin esta condición, la eficacia de cualquier solución educativa es débil, inestable.
- La segunda, no es menos importante, no existen estrategias que valgan para todos. Si como educador no puedes seguir las pistas de la naturaleza individual de cada niño es complicado que la asociación entre demanda infantil y respuesta adulta esté en sintonía, sea comprensiva y mantenga la coherencia.
Asumir estos principios nos pone en la buena dirección para influir de manera positiva en el proceso de construcción personal de los niños.
Con estos cimientos se abren los talleres y forman parte también de la planificación sobre desarrollo socio emocional de la propuesta educativa de la escuela.
Es cierto que el currículo oficial contiene entre sus objetivos este aprendizaje, también que en nuestro Centro hemos procurado en cada momento atenciones y cuidados que se basasen en el respeto y el afecto para ofrecer un buen modelado a los niños. Pero también teníamos la impresión de que los objetivos del currículo se quedan imprecisos, deslavazados, casi como si fueran un apéndice o asignatura optativa, dando prioridad a procesos de identificación y discriminación emocional que más que influir en competencias afectivas pasan a ser meras clasificaciones que ponen en funcionamiento destrezas de orden intelectual. Y por otro lado, como decía, nuestra praxis, al no estar sistematizada en este aspecto, se veía aquejada de la ausencia de un proceso de evaluación que asegure que lo que estamos haciendo en este orden es apropiado y sirve a los niños.
Después de unos meses de reflexiones, de lecturas, de formación, ya tenemos un arranque de plan de acción y como siempre, en el enREDo, compartiremos con las familias porque hace tiempo llegamos a la conclusión de que las cosas importantes para la vida del alumno no podían ser decididas y llevadas a la práctica sin que los progenitores tuvieran conciencia de ellas y gozaran de la posibilidad de valorar y opinar. Al fin somos complementarios ¿o no?
Pronto nos dimos cuenta también de que hablar de un plan de desarrollo emocional puede despertar expectativas falsas. No busquéis fórmulas mágicas, no somos de herramientas educativas a corto plazo, nuestro trabajo es estimular desarrollo a largo plazo y para eso hay que trabajar reiterativamente, constantemente, en cada momento de vida esos dos principios de los que os escribía al principio, relaciones y reconocimiento de individualidad. No habría logros exitosos si no enfocamos la energía en ayudar a construir bloques básicos de relación. Entonces sí, ya podremos alentar habilidades esenciales de aprendizaje que nos lleven a al desarrollo integral afectivo-intelectual, a todas luces ya, inseparables para conducirse en la vida como individuo con sentimientos de valía personal.
¿Y cómo deben ser esas relaciones?
Las que aseguran:
- Presencia.
- Comprensión.
- Sintonía.
- Coherencia.
- Previsibilidad.
- Amabilidad y firmeza.
¿Por qué estos atributos y no otros? Porque el niño desde que nace está obligado a percibir, a interpretar y a tomar decisiones sintiendo que su educador es confiable y esta confianza no la da un discurso por muy afectuoso o bienintencionado, la transmite el sumatorio de experiencias cotidianas en las que las necesidades infantiles son atendidas adecuadamente, le proporcionan seguridad, percepción de causalidad y por tanto poder anticipatorio (expectativas sobre qué va a ser, cómo va a suceder y qué respuestas puede dar), y progresivamente, toma de conciencia de cuál es su abanico de alternativas en la toma de decisiones ante las mil situaciones de vida.
Este es el caldo de cultivo en el que nos movemos en la escuela, en cualquier caso, en todo momento, estableciendo relaciones basadas en la necesidad infantil de forjar vínculos de confianza y seguridad con su educador para que después, puedan desarrollar sentimientos de autonomía e iniciativa. Como alguien dijo, usar un buen pegamento emocional.
Si somos confiables, el niño se sentirá estimado, alentado, proclive a atender, escuchar y a colaborar en toda esa lista de estrategias y herramientas que le conducirán a tomar conciencia de sus sentimientos, trabajar la expresión afectiva y la regulación (muy a largo plazo) de los mismos, ir conociendo las emociones de otros y lograr interacciones de crecimiento y desarrollo del nosotros.
Relaciones de confianza porque se atiende la individualidad de cada chico, el derecho a ser tratado con dignidad y respeto (máxime cuando más nos necesitan, cuando se portan mal). Relaciones que se basen en planteamientos a largo plazo que aprecien lo que realmente es el mal comportamiento, un código, un mensaje tácito de solicitud de ayuda bien por desánimo para utilizar otras conductas, bien por escasez o ausencia de habilidades sociales. Relaciones que no utilicen otra comunicación más que la enfocada en la conexión con el niño para que los procesos de aprendizaje tengan el sello de la empatía y la búsqueda de soluciones, rechazando cualquier lenguaje que suponga temor, amenaza, vergüenza, humillación…
Una relación, en fin, que suponga la capacitación infantil, de la mejor manera que se conoce, alentando el uso de la sabiduría y poder personales.
Me queda la sensación, posiblemente muy fundamentada, de que el texto pudiera pecar de excesivamente teórico y por ende susceptible de pensamientos como: bien, de acuerdo, pero… sí, si esto ya lo sé pero…
Os propongo un pequeño esfuerzo más para seguir leyendo. Vamos a entrar en un aula. En ella, una programación sobre desarrollo emocional ajustada a las disposiciones y requerimientos oficiales, contenidos y actividades, objetivos, procedimientos, todo, incluso supervisada por la administración. Pero sigamos dentro del aula. Tal vez el miércoles se identifican y discriminan sentimientos «en las caritas de una ficha de papel, incluso se ha preparado un magnífico recurso multimedia, un cuento de valores». Pero, seguimos en el aula, Luis entró a las nueve de la mañana y no encontró un saludo, la profesora estaba a otra cosa, tampoco Pedro, cuando se enfrascó en una pelea con Jorge sintió que alguien le tuviera en cuenta como aprendiz de vida, no hubo un gesto de comprensión, al revés, nadie se interesó por sus sentimientos, si acaso para ser etiquetado. El adulto accesible, presente, comprensivo, coherente, no estaba. Está el educador nervioso, que tan solo ve en la conducta algo a reducir, y si hay que hacerlo castigando pues claro, al fin es lo que se ha hecho toda la vida… no hay escucha, no hay ganas de entender y conectar con esos alumnos que no encontraron las alternativas adecuadas para superar sus diferencias. Hay un adulto, un docente que enseña ¿qué? ¿desarrollo emocional? ¿cómo? ¿con lo que cuenta los miércoles o con lo que hace en cada minuto del día?
Quizás sí haya un adulto que no sintoniza con la naturaleza infantil, que no puede leer el mensaje del mal comportamiento «solo somos niños, exploramos situaciones y no sabemos cómo lograr tu reconocimiento, nuestro espacio». Quizás es un adulto que no sabe que la relación es lo que educa y no aquel contenido escrito en la programación del miércoles. Quizás tampoco sepa que no es una buena enseñanza controlar, castigar, juzgar, etiquetar… dejar al niño sin la posibilidad de ser atendido en las verdaderas razones que motivan su comportamiento porque tan solo usa habilidades reactivas al comportamiento infantil.
No exagero, esto se hace un día sí y otro también.
Sin embargo esta profesora podría haber modificado sus habilidades, si es necesario, aplazar el contenido programático del miércoles y en su lugar haber trabajado el interés de una situación real que sí necesita de apoyo y guía para promover desarrollo emocional, la pelea de Pedro y Jorge. Hubiera podido usar la empatía, no negar las emociones infantiles, conectar con la mente de cada niño y desde la calma, solo desde la calma y la receptividad, buscar soluciones que supongan aprendizaje para superar los conflictos.
Entonces sí, esta profesora, en su autoevaluación de procesos de enseñanza aprendizaje podría llegar a la conclusión de que su intervención ha sido satisfactoria fomentando el desarrollo emocional de estos pequeños. Ella sí podría dar una buena respuesta a la pregunta ¿qué han aprendido los niños de esta situación de vida? Ella sí ha estado realmente presente en el problema, ha demostrado que es confiable, alguien a quien se puede acudir en busca de apoyo y orientación porque aun cuando Pedro y Jorge se peleen no les pierde el respeto, estimula capacitando, permitiendo que valoren, que tomen decisiones, que recuperen el recuerdo de las normas, que se involucren y responsabilicen de las soluciones…
El currículo se vuelve frágil cuando la actitud del docente, las relaciones que entabla con los niños son de puro desaliento en una atmósfera con falta de comprensión y afecto, cuando tan solo se limita a términos que sumamos al vocabulario que manejamos en el aula, cuando no se tiene en cuenta la relación directa entre ejercitación de habilidades y los desafíos que se enfrentan.
Sin la base sólida de la relación cordial no conseguimos más que la contradicción entre lo que decimos y nuestros hechos ¿y cómo aprenden los niños? ¿de la falta de sentido del humor, de la falta de paciencia, de la ausencia de autocontrol?
Podríamos seguir con el relato, somos humanos y lo que expongo no es puntual. Nos atascamos en la firmeza, nos vamos al otro extremo para superar los excesos autoritarios. Hablamos de desarrollo emocional y lo que se evidencia es la caza del error, la focalización en la corrección… repetimos todo aquello que mil veces hemos denostado en la educación que recibimos en nuestra infancia.
Tal vez porque no estamos muy abiertos al valor de la educación del docente en este ámbito.
Encauzar nuestra prácticas para mejorar la relación con los niños es posible, siempre, nunca es tarde. Tan solo debemos modificar la actitud para que el desarrollo emocional no sea un plus de contenidos académicos sino la lengua materna de la interacción educativa… después, es sencillo llenar la caja de herramientas.
Nota: Fuente de las imágenes de los bloque de aprendizaje, Gigi Núñez y Macarena Soto.
Muy muy interesante y rigurosamente cierto.
Soy educadora infantil y afortunadamente me veo reflejada en la actitud adecuada, pero siempre se puede mejorar, y lo haré.
Me han llamado la atención los siguientes términos y frases: «pegamento emocional», «aprendices de vida», » es la relación lo que educa» y «desarrollo emocional…lengua materna de la interacción educativa». Los hago míos.
Gracias!!!
Conexión emocional para segurar la confianza y cercanía del niño al adulto ¿de qué otra manera podemos esperar que estén motivados para cooperar? Es pegamento emocional Leire 🙂 Una actitud del educador que invita al niño a explorar sus procesos mentales, lo que siente, lo que piensa, lo que decide. Conexión cálida para poder desarrollar autodisciplina, autorregulación, autonomía… responsabilidad y satisfacción por los logros personales.
Muchísimas gracias por tu comentario ¡seguimos aprendiendo a hablar el lenguaje del desarrollo socioemocional!
Un abrazo!