El viernes acudí a una reunión muy interesante en el colegio Brains, conferencia del Doctor Robert Swartz, director del Centro para la enseñanza del pensamiento, reflexionando sobre el pensamiento creativo y crítico desde la escuela. No era alguien desconocido para mi, supe de él y de su trabajo hace años, a través de otro hombre influyente en innovación educativa, Juan Domingo Farnós.
Abrió el discurso apoyándose en la evidencia, «en Infantil aún se aprende con ganas, pero llega un momento en que se pierde lo que es esencial, la motivación».
Swartz, con voz templada, fue haciendo un relato descriptivo de su metodología, la infusión, que integra el aprendizaje de habilidades del pensamiento con los contenidos del currículo.
Con sencillez pero con rotundidad iba haciendo revelador su mensaje, cuánto antes enseñemos a nuestros pequeños a pensar, antes tendrán la destreza para hacerlo y lo harán mejor.
Sus ideas evocaban y removían muchas reflexiones, rápido empezaron a volar por mi cabeza asociaciones y concomitancias con nuestra manera de pensar y hacer en la escuela.
Aparentemente tan solo estaba exponiendo algo que debería ser obvio, «para aprender, hay que impulsar que los niños piensen tomando consciencia de sus procesos mentales, que desarrollen sus funciones ejecutivas ¡todas!» ¿No es lo que nos distingue de otras especies, la capacidad de pensar? ¿Y renunciamos a una ejercitación adecuada?
¿En qué momento nos olvidamos de nuestra prioridad?
Estaba contenta escuchando aprecio eficaz por el mundo infantil. Hubiera saltado, creo que lo hice, y hubiera dicho que esta fórmula tiene asegurada la magia porque, amén de fomentar algo para lo que venimos predeterminados, tiene a la base una filosofía de percepción de la naturaleza del individuo, una actitud, que contempla que para llegar a alcanzar los contenidos académicos, antes y durante, los niños necesitan ser tenidos en cuenta.
Estaba hablando del niño que existe en la escuela de manera integral.
Un niño que es considerado un mero reproductor de información no es un niño respetado, es un niño ignorado. Su esencia vital, se agosta, muere por falta de alimento, el que nutre la mente.
Dice Swartz, todo el mundo piensa pero no todo el mundo piensa con cuidado y habilidad. Los educadores sabemos que para tomar decisiones, y los niños están obligados a hacerlo de manera permanente porque es la herramienta para sobrevivir y prosperar, hay que seguir un proceso mental complejo en el que antes se percibe, se siente, se interpreta, se ponen en juego destrezas mentales y finalmente, sí, se decide cómo actuar. De todas esas decisiones el niño va creando su mapa mental, el color de su mirada perceptiva y la selección de respuestas a los estímulos, tantos internos como externos.
Pero yo me preguntaba ¿qué capacidad de toma de decisiones tienen los niños en la escuela? Cuando el educador se salta, ignora, los procesos internos de toma de decisiones que podría estar haciendo el niño se envía el mensaje tácito de que este instrumento vital no vale. «Tan solo tienes que escuchar y reproducir lo más fielmente posible».
El niño se hace caja de resonancia de otros, pero no puede saber quién es él porque no hay espacio para su pensamiento, no se le necesita. En este contexto, el planteamiento del Dr Swartz es estupendo sí , pero me queda la duda, así como tantas buenas metodologías se quedan durmiendo el sueño de los justos, sin cambio de la percepción que tiene el docente de su alumno ¿es posible hablar de estrategias idóneas para enseñar a pensar?
¡Cambia! dice Swartz, no solo puedes pensar tú, el niño, desde edad temprana también lo hace. Estamos en relaciones transversales ¿o no?
Lluvia de ideas, diversidad de opiniones, enriquecimiento de perspectivas, escucha, comprensión, respeto, tolerancia, enfoque en solución de problemas… ¡Hay tanto en juego!
Son habilidades y destrezas para aprender en el aula, son habilidades y destrezas para vivir. Sigo empeñada en ver los lazos de la infusión y la Disciplina Positiva.
¿Cómo podrá el niño conocer sus habilidades, las consecuencias de sus actuaciones, medir la necesidad de cambio, sentir el placer de haber logrado soluciones? ¿Cómo podrá el niño tener pensamiento autónomo si se les dice lo que hay que hacer, cómo y por qué deben hacerlo? Tal vez en el futuro, confunda pensamiento crítico con pensamiento basado en la rebeldía ¿no ofrecer oportunidades de ejercicio del poder personal quiere decir que no lo tienen? No, tan solo no hemos creado entornos de ejercicio responsable de poder y control en los procesos intelectuales, afectivos y sociales. Son las dudas que se me van agolpando.
El pensamiento crítico se verá mediado, limitado por las múltiples experiencias de vida en las que tan solo pudo aceptar lo impuesto. El pensamiento se vuelve dependiente y manipulable, es la consecuencia natural de la ausencia permanente de un entrenamiento respetuoso de la capacidad de pensar ¿Es esta la realidad de muchas de nuestras aulas? No puedo dejar de seguir sumando inquietud. Lo sé, sé que sus propuestas de edificar el aprendizaje con la base sólida del pensamiento autónomo es imprescindible. Sigo, ahora con certezas, debemos aprender, los docentes debemos cambiar aprendiendo nuevas habilidades.
Los educadores sabemos que la motivación es el motor del aprendizaje. Pero ¿qué motivación se usa en la escuela? ¿El premio, la nota, la etiqueta? ¿Y si la motivación intríseca no tuviera nada que ver con esto? ¿Y si la motivación fuera sentir que puedes observar por ti mismo, valorar, reflexionar? ¿Y si la motivación tuviera que ver con el grado de involucración y participación que te reconocen en tus experiencias de vida? ¿Y si la motivación tuviera que ver con poder ejercitar habilidades para resolver problemas en lugar de que te hagan asumir soluciones prefijadas, externas, de otros? ¿Y si la motivación tuviera nexos inexorables con darle naturalidad al error?
La escuela del pensamiento crítico y creativo no es una escuela que haga de este aprendizaje una asignatura opcional o una clase extra, no es un apéndice. Es la escuela que basa sus relaciones, rutinas y procedimientos en el desarrollo integral del individuo a través de habilidades socioemocionales, que concibe al individuo no como sujeto que “se puede producir” como socialmente aceptable a base de refuerzos y castigos sino como miembro de la sociedad digno de respetarse a sí mismo, digno de ser respetado.
La escuela que cultiva el pensamiento crítico no viola la esencia vital del niño, es consciente de la naturaleza infantil reconoce sus características y hace todo lo que hay que hacer para que los niños lleguen a ser lo que pueden ser. ¿Pueden los chicos llegar a quererse a sí mismos sin haber sentido que se confía en su potencialidad y capacidad como ser pensante?
Si perseguimos que los alumnos lleguen a ser adultos con criterio propio, que se sientan motivados a emprender retos nuevos, que no se amilanen ante las posibles equivocaciones, capaces de tomar decisiones arriesgadas, sabias… en las familias, en las escuelas hay que que emplear herramientas coherentes con estas finalidades. Los niños aprenderán mejor lo académico y lo humano si les mostramos en cada una de sus jornadas de vida aquello que queremos de ellos.
En tan solo una hora, con las palabras de Swartz, asombro e indignación a partes iguales. En la sociedad del siglo XXI tenemos que seguir aprendiendo sobre el cerebro, su funcionamiento en el aprendizaje, sobre la didáctica, sobre las metodologías, sobre las técnicas… pero no tendríamos que acudir a una conferencia para que nos recuerden que en las escuelas se puede alentar la creatividad y el espíritu crítico ¡enseñando a pensar!
El viernes fue otro de esos días en los que me consideré privilegiada por ser maestra de Infantil, la etapa de las preguntas de curiosidad, la etapa de los verdaderos científicos.
Swartz se despide…
«Todos los alumnos pueden llegar a ser grandes pensadores. Tenemos que buscar las preguntas y las estrategias adecuadas».
Si estás interesado en la presentación de Robert Swartz pincha en este enlace: Experiencias-de-un-colegio-TBL-en-la-etapa-de-Educación-Infantil
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