Un año nuevo, estreno en el calendario y por qué no, durante unos días, casi parece que partes de cero, y puedes inventar ilusiones y empeños y hasta esperar cambios sensacionales. Al fin ¿qué sería de nosotros si no renováramos el ánimo y el cariño para emprender desafíos y retos?
Siempre la mejor de las motivaciones es aquella que nace de dentro, ese impulso más de la mitad emocional, con un ápice de racional, que empuja y nos hace movernos en la dirección del deseo.
De eso quería hablar hoy, de los deseos. De un deseo corriente por lo cotidiano y a la vez muy especial porque parece inconquistable.
Dar por hecho que las cosas tienen que suceder según los cánones establecidos además de aburrido es probable que impida crecimiento. No digo que no soporte muchas veces el hastío, la vida es demasiado compleja y sería un reduccionismo pensar que todo es tan sencillo como dar un no a lo que nos retiene. Lo cierto es que algo de rebeldía, o no sé bien qué suerte de energía, me ayuda a no conformarme. Y deseo, y me creo mi deseo. Tal vez esa sea la clave para que al menos en mi pequeña parcela de poder, algo, de vez en cuando, cambie.
Son muchos años los que llevo con la etapa de infantil, que a nadie se le ocurra poner connotación negativa en el enunciado, se equivocaría. La observación directa y enamorada de los pequeños no deja impasible. Unas veces objetiva, otras tantas apasionada. Nuestra etapa es en este sentido gozosa, la cara de los niños es el espejo más puro de cómo sienten y procesan las actuaciones adultas. Hay datos que son más que evidencia, todavía su sonrisa es auténtica. Y a poco que no pierdas esa imprescindible cualidad que requiere todo educador, la sensibilidad, sabes de buena mano que has guiado a buen puerto o por el contrario, los vientos fueron cruzados o no soplaron con suficiente fuerza.
En esa incesante búsqueda de lo mejor para ellos, no siempre se acierta; no somos perfectos, ni tampoco pretendemos serlo. Pero no, no se trata tanto de esos fallos puramente humanos de lo que escribo hoy. La red, la vida entera está llena de docentes que piden, que se quejan, que se enfadan ¡docentes lastimados porque no encuentran la solución a tantos males de aula! En las clases, ¡niños que no escuchan, niños que interrumpen, niños que dañan, niños que no aprenden, niños… desalentados!
Y se ponen las metodologías patas arriba (no tanto como debieran) y se buscan culpables en todas partes, las familias, la administración, la sociedad, el mundo entero.
Y así es, todos tenemos nuestra parte de responsabilidad en el mal de los niños, en la herida de la infancia. En tan solo unos cuantos metros cuadrados, todos los días, en cada clase, un maestro, un docente y muchas, muchas almas, cruzan sables.
Ensimismados en programaciones, en cuadrar tiempos conjugados con contenidos, mediados por evaluaciones… ¿perdimos el foco, se perdió al niño? ¿O es que acaso, aunque no hubiera tal presión, esas cinco horas de «semiencierro involuntario» no seguirían siendo abrumadoramente aburridas y a la vez, tensas?
Mi deseo no es arengar en contra del necesario conocimiento.
Pienso que la finalidad del aprendizaje académico nunca debió permitir que nos legalizáramos que en la escuela los niños no sean tenidos en cuenta; otros aprendizajes mucho más importantes, los que nos hacen persona, a ser posible, valiosa para sí mismo y para los demás, son obviados o mal tratados.
No quisiera que sonara a resabio porque ahí, pienso, es donde está esa dichosa clave que andamos buscando.
Ellos, los niños, nos necesitan. Ellos, no pueden construirse a si mismos sin un entorno que arrope, que anime, que sea combustible de creación personal. Y precisan que nos hagamos cargo, con toda esa miseria y toda esa grandeza que nos define, de necesidades puramente vitales.
Un maestro tiene que saber qué hacer con su asignatura, claro, pero ¿sabemos qué hay que hacer para que los niños se sientan bien, estén contentos y con ganas de aprender esa asignatura?
No nos formaron para enseñar desde el aliento. Es cierto. Cuando queremos que algo en el alumno cambie, creemos ¿vanidosamente? que podemos hacerlo aplicando el castigo, excluyendo, culpando, humillando; también dejamos de respetar cuando premiamos, reforzamos con elogios y alabanzas, cuando queremos mantener esa nota, esa obediencia, ese silencio…
Hemos convertido las escuelas en sucedáneos de vida, donde los niños no quieren estar. Nos sentimos irritados, desafiados, provocados, heridos y hasta desesperados y utilizamos herramientas para «encarrilar» al alumno.
Practicamos la disciplina de la mera corrección, el niño debe pagar por su mal comportamiento y ser retribuido con recompensas manipuladoras cuando se amolda, de ahí viene la adicción que nos aqueja a la aprobación externa. No evaluamos las causas de las situaciones, no damos margen para que se aprenda de los conflictos. Juzgamos sin oportunidad para el recurso, ni la apelación. Hacerlo ha conseguido tal naturalidad que tranquilizamos la débil voz interior diciéndonos «se lo merece».
No titubeamos. Todo vale para que aprenda contenidos académicos.
Así la etapa escolar deviene, en tantas ocasiones, en una travesía tormentosa para profesores, padres y alumnos, por la que hay que pasar hasta alcanzar la edad adulta; deglutir y regurgitar temarios enteros, a ser posible sin rechistar y que una vez llegados a término, el tiempo, tan solo el tiempo, pondrá todo en su sitio. Lo que se aprendió con desgana nos será útil, lo que se dejó de aprender porque nunca hubo margen para ejercitarlo, aparecerá por arte de birlibirloque.
¿Y si a los niños les hiciera falta desarrollar las habilidades socio emocionales? ¿Puede esperarlo de nosotros? ¿Cómo nos manejaríamos?
Para que el cambio de la escuela sea una mejora humana no podemos seguir perpetuando la disciplina que solo potencia el raciocinio. Todos los métodos que utilizan el desnivel en la convivencia (superioridad, inferioridad) son difíciles, inestables, e invitan a la manipulación.
¿En el colegio no se educa? ¿Alguien piensa sinceramente que los niños no construyen su mente en la jornada escolar? ¿Alguien piensa con honestidad que las actuaciones de un maestro no tienen un impacto decisivo en el autoconcepto y la autoestima infantiles? ¿Creéis de verdad que las neuronas dejan de hacer conexiones para autorregulación, conciencia de uno mismo, adecuación de respuestas, moralidad, temores, éxitos, fracasos personales, de nueve a cinco?
Los niños toman nota de cada interacción y en función de las respuestas, de cómo perciben al adulto, de los resultados, toman sus decisiones y de estas decisiones quedan patrones, van configurando plantillas de vida. Habilidades y destrezas están en juego, cada día, todos los días ¿Reaccionar o responder? ¿Supervivencia o trascendencia? ¿Poder sobre el otro o poder compartido?
Queramos o no, los docentes somos agentes de desarrollo personal.
Tomar conciencia de qué habilidades socio emocionales estamos manejando es necesario. Los niños nos necesitan sí, nosotros también necesitamos ayuda para educar mejor.
Es pura biología, determinismo, sin conexión, no funcionamos bien. Cuando la atmósfera del aula no da oxígeno sino que en ella sobrevuela la amenaza o el temor al fracaso, al error, a la humillación, los niños no pueden aprender bien.
Merece la pena, que pensemos si dedicar tiempo, cada día, todos los días, a crear contextos de aula apropiados emocionalmente, nos ayudaría y les ayudaría.
Podemos seguir contándonos medias verdades, o incluso mentirnos por entero; seguir pensando que las razones del mal de las aulas, son ajenas a nuestra intervención o que se solucionan con tan solo por la cantidad de medios. También podemos evadir la cuestión diciendo que trabajar entornos respetuosos con una educación integral nos llevaría un tiempo que no tenemos. Al fin son nuestros pensamientos, y podemos deformar la realidad hasta que encaje perfectamente en ellos.
Los resultados que obtenemos no son buenos.
Si ya somos jueces y fiscales en la vida de los niños y esto tan solo consolida el mal comportamiento ¿por qué no intentar liderazgos amables y respetuosos? Sería esforzado, sería satisfactorio.
Mi deseo para este nuevo año es que tengamos el coraje de aprender nuevas habilidades para que los niños sientan y sepan que nos interesan, que nos importan; asegurar su pertenencia, es lo más poderoso que puede hacer un maestro.
NOTA: La presentación en Prezi que está en la cabecera de la entrada es un resumen de una propuesta de cambio, la metodología de Disciplina Positiva para el aula (Jane Nelsen, Lynn Lott, Stephen Glenn). Sin duda, salió densa, si tenéis interés en ella os animo a verla en pantalla completa por el bien de vuestros ojos 🙂
Quedo a vuestra disposición para cualquier duda o reflexión y muy agradecida por la lectura.
Muchas gracias Marisa por la documentación que nos aportas;conocerla, tenerla presente y releerla a menudo, hará que vaya formando parte activa en el día a día.
Muchas gracias a ti Macu, así es el proceso de cambio exige conciencia y sobre todo mucha práctica.
Un abrazo!