Tomar conciencia no solo de necesidades sociales. Madres y padres con jornadas de trabajo amplias, escasas medidas de conciliación y configuración de la educación ya no dependiente solo del núcleo familiar. Sino ir más allá, a las capas más profundas de los sentimientos que mueven a las personas, tomar conciencia de las necesidades vitales (si preciso una escolarización temprana bien por motivos laborales, bien porque lo crea conveniente como complementaria en la tarea educativa, tengo que saber, necesito saber que la decisión que he tomado es la mejor de las posibles, que va a mantener coherencia con mis principios educativos, que las habilidades y competencias de mi pequeño se van a desarrollar con metodologías no solo adecuadas sino además, que no entren en contradicción con las que yo uso en el hogar). Al volver la espalda cada mañana dejando al pequeño en la escuela, esa necesidad debe estar cubierta.
Tomar conciencia de que se puede cumplir con el currículo sin hacernos sensibles a que en cada uno de nuestros alumnos hay un sinfín de necesidades vitales que según sean atendidas van a dar lugar al bienestar infantil o a niños hipervigilantes o niños con sentimientos de insuficiencia e incapacidad porque sus tensiones cotidianas no encontraron el alimento armónico. Al entrar cada día en la escuela el niño tiene que tener la garantía de que va a sumar enriquecimiento personal.
Ese fue el detonante, ya hace cuatro años, de la gestación de Escuela enREDada. Habíamos trabajado muchos años, con esfuerzo sí, con responsabilidad sí, atendiendo a padres e hijos para dar satisfacción a una necesidad social, porque somos subsidiarias de educación y crianza. Pero tuvimos la sensación de que faltaba sensibilidad para percibir lo prioritario.
Los niños no pueden, ni deben crecer en entornos sin referencias coherentes, ni las familias pueden, ni deben desconocer qué y cómo se aborda la tarea de la educación en la escuela. Porque en Infantil, aunque debiera ser así en todas las etapas, pero en Infantil más que en ninguna otra, todo, cada pequeña actuación, cada interacción es significativa en el cableado de la construcción de mente de cada uno de los alumnos. Nada más y nada menos que autoconceptos, autoestimas, capacidad de autocrítica, de autorregulación, empatía, la forja de un nosotros, el respeto por uno mismo, por los otros… tienen la base en estos tres primeros años de la vida.
Toda la potencialidad de optimización de desarrollo que tiene la Educación Infantil puede perderse tan solo por esa palabra, sensibilidad. Si no sabemos mirar es muy posible que no podamos ver.
No se trata de cuestionar intencionalidad que esa ya sé que los educadores, más vocacionales que otra cosa, la tenemos. No, me refiero a una mirada más allá de lo aparente, de lo superficial. Nos desvivimos en querer dar respuesta pero perdemos mucha energía porque no nos preguntamos genuinamente a qué debemos debemos responder. Entramos en una filosofía que se mece entre la inercia de la costumbre y el vasallaje al consumismo, que también existe en educación. En el mejor de los casos pulimos el escaparate, poner aquí y allá pinceladas de tendencia para que todo mantenga la apariencia y nos haga sentir tranquilos de que cumplimos con la obligación ¿Qué obligación, hacia quién está obligado un educador?
Nos autoengañamos y engañamos. Esto no es educar con sensibilidad.
Hace falta una mirada sosegada, acudir a lo más artesanal, al aspecto más humano de nuestra profesión. Somos acompañantes en construcción personal. Los niños necesitan comer bien, dormir, estar limpios, necesitan tener materiales o entornos sobre los que puedan actuar y transformar para poder hacer eso en lo que son expertos y sin lo cual no podrían aprender, explorar. Necesitan afecto, no solo que lo sientas tú, necesitan sentir que lo sientes. Necesitan…
Sí, pero no es suficiente, aun con todo el listado anterior en grado superlativo no es bastante. La mejor escuela en instalaciones, la mejor escuela en medios, la que cumple a rajatabla con nuevas metodologías y es puntera en innovación, la que no tiene un pero en imagen, puede no cumplir con ese requerimiento insoslayable, la sensibilidad.
¿Sensibles a qué?
Voy a ver so soy capaz de expresar mi pensamiento, después de lo comentado en párrafos anteriores creo que debo hacerlo con la mayor claridad que pueda.
- Un alumno de una escuela infantil necesita que educadores y padres sean cómplices. Están casi desde que nacen insertos en distintos núcleos sociales. Esto es así, es necesidad social. Que nos vivan como entorno capaz de generar todo aquello que les hace falta para formar mentes depende de la sensibilidad con la que se tejen las relaciones entre progenitores y cuidadores. Tan solo las relaciones que no son un monólogo del adulto, las que son diálogo con la necesidad infantil son eficaces en la construcción del caldo de cultivo de seres con todas las cartas en su mano para crecer y desarrollarse de manera saludable.
- Un alumno de una escuela infantil necesita unos padres que confíen en la labor de la escuela. No con fe ciega, con información contrastada. Interesados por saber más, por involucrarse, por contribuir, por lograr una comunidad educativa real. Porque el niño crece bien cuando se siente bien y esto sucede cuando los adultos somos sensibles a sus procesos afectivos e intelectuales. Cuando tenemos confianza nos mostramos receptivos, las diferencias de criterio tienen espacio para la reflexión y la búsqueda de soluciones. Y no queda otra que lograr esos nexos en lo importante porque el niño merece un marco sólido, con referencias muy claras, sin brechas en lo prioritario ¿Perdemos el sentido de lo prioritario cuando echamos mano de agendas completas, de cansancio, cuando argumentamos la negativa a involucrarnos más porque ya ejercemos nuestro rol de padres «en casa» y lo consideramos suficiente? Que cada palo aguante su vela… ¿y el niño? ¿Puede entender y manejar la desconexión?
- Un alumno de una escuela infantil necesita educadores que no reaccionen a los planteamientos familiares, necesitan educadores flexibles, disponibles, con capacidad de escucha, abiertos a otras perspectivas. Porque ¿tenemos derecho a la omnipotencia, a la omnisciencia? ¿Tenemos la certeza de que lo que hacemos para educar no admite valoración, crítica, mejora? ¿Perdemos el sentido de lo importante cuando echamos mano de la exigencia de las programaciones, de agendas repletas, cuando nos enfocamos en contenidos academicistas y dejamos de lado el desarrollo socioemocional, cuando argumentamos que el mal comportamiento infantil nos viene impuesto de la ausencia de pautas adecuadas en las casas y que ese no es nuestro rol? Que cada palo aguante su vela… ¿y el niño? ¿Tiene que ser la víctima de la desconexión?
¿Podemos «los microsistemas adultos» meternos en los zapatos de los niños, hacernos sensibles a sus verdaderas necesidades y ofrecer la respuesta adecuada?
Debemos. Si la inquietud aún no te ha hecho parar y como educador, docente o padre, no has sentido que una parte muy importante de la naturaleza infantil está siendo descuidada dime por favor cómo se puede aquietar esta urgencia que se siente cuando se toma conciencia de lo contrario, dime por favor en qué te basas para considerar que lo estamos haciendo bien, dime por favor que estoy profundamente equivocada y que no es necesario desear mayor sensibilidad en la educación de los niños en las escuelas infantiles.
¿Sensibles para qué?
- Para que haya un compromiso férreo entre familias y escuela de trato digno y respetuoso a los niños. Estoy cansada de leer cómo se asaltan los derechos infantiles, con todo el amor, pero un asalto a los sin voz.
- Para que no haya niños invisibles ni en los hogares, ni en las aulas. Encontrar pertenencia y reconocimiento es una necesidad vital. Cuando no se escucha, cuando no se intenta comprender, cuando ordenas, cuando etiquetas, cuando castigas, cuando amenazas, cuando quitas motivación, cuando haces todo por ellos, cuando no aceptas sus sentimientos, cuando ridiculizas por sus errores… no estás viendo al niño que tienes ante tus ojos.
- Para que encontremos la sabiduría y las habilidades para mostrar autocontrol ante los conflictos, para que sepamos modelar aquello que les exigimos de manera apremiante, para que no se nos olvide que lo importante no es sofocar conductas, sino atender a las razones que motivan el comportamiento infantil como única manera de poder ayudar y enseñar a modificar y mejorar.
- Para que no seamos jueces, sino acompañantes sólidos y confiables.
- Para que en nuestro lenguaje, en casa, en la escuela, haya un mensaje de empatía, de conexión, y dejemos de lado los impulsos que nos hacen agentes comunicadores de incoherencia y contradicción.
Para que los niños…
¡Dime que esto no es necesario, que mi relato es desproporcionado, desajustado, que no tiene que ver con la realidad!
¡Son tantas las necesidades vitales infantiles! Podemos empezar con metas cortas. Luego, un mundo de oportunidades de mejora.
¡Aunemos esfuerzos, porque lo que nosotros, los educadores, sentimos, pensamos y hacemos os afecta… Porque lo que vosotros, las familias, sentís, pensáis y hacéis nos condiciona!
¡Tenemos que hablar!
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