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Solo soy un niño y quiero pertenecer

12 octubre, 2017 Por Marisa Moya Leave a Comment

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La importancia de la conexión.

Hace pocas semanas se publicaba «Solo soy un niño y quiero pertenecer», en De Mamas & De Papas / El País, con otro título, «Disciplina Positiva o cómo educar con afecto y firmeza». 

Este artículo respondía a una invitación de Jesús Martínez, creador del grupo El médico de mi hij@, en Facebook. En esta comunidad he colaborado desde sus inicios, aprendiendo y consolidando eso que se dio en llamar actitud 2.0, que quiere ser aprendizaje colectivo a través de la escucha, la reflexión, la búsqueda de soluciones y la colaboración.

Este último año la presencia física en tantos entornos «reales» de enseñanza y educación, no me permite aportar tanto como quisiera en El médico de mi hij@,  aun así saben que mi corazón sigue ahí, alentando comunidades que se cuestionan, se reinventan y avanzan en procesos de cambio. Temas de salud, de educación, de miedos y también de éxitos; es decir, historias de padres y madres afrontando crianzas.

Si hoy la vida me ha permitido emprender el camino de la Disciplina Positiva es en buena parte por tanto como he aprendido de las dinámicas familiares, en mi escuela y en este grupo en red. Siempre rodeada de niños y niñas para los que profesionales y progenitores estamos tratando de buscar soluciones e intentar algo nuevo que mejore el trato y la relación con la infancia.

Cuerpo y mente, inseparables e indispensables cuando queremos acceder a la comprensión de los seres humanos.

Pues bien, ya muchos lo habéis leído y esta «republicación» que nada gusta a Google (espero que no la penalice), es posible que no cuente de nuevo con vuestra atención. La traigo al blog porque me hacía falta a mi. Los procesos nos retan y está bien poder echar mano de reflexiones de momentos inspiradores, florecidos a la luz de lo que voy viviendo al asumir nuevas prácticas en educación.

En casa, más de la Disciplina Positiva…

Abordar en pocas palabras qué es Disciplina Positiva es un gran desafío para mí. Lo intento y quedo a disposición en comentarios, lector, para seguir conversando.

Las historias de los niños, relatadas por los adultos, pasan de los tintes más tiernos a los más abrumadores. No hay educador que no vea empañadas sus relaciones con la infancia, de manera más o menos asidua. En ocasiones, incluso, nos vemos en el centro de un remolino sin saber cómo vamos a salir del enredo.

Educar no es fácil.

La Disciplina Positiva tampoco es sencilla, sin embargo, es cautivadora. El inmenso valor que posee es que no asegura que los niños vayan a hacer siempre lo adecuado, sí que nosotros, los educadores, estaremos trabajando de tal manera que los chicos puedan tomar las mejores de sus decisiones.

Echar la vista atrás nos da raíces, la Disciplina Positiva se gesta a partir de la Psicología Individual (Adler y Dreikurs); Jane Nelsen y Lynn Lott releyeron la obra de estos hombres, transformaron y dieron vida a esta mirada distinta de la educación que ya hace muchos años acuñaba Dreikurs como democrática.

Se trata de un paradigma que descarta el miedo a la hora de manejar el poder en las relaciones, que descarta los métodos punitivos y que pone el acento en dos grandes fuerzas generativas, inmensas e inagotables en beneficios: confianza y afecto.

Tenemos miedo cuando los niños desobedecen, cuando se llenan de furia, cuando no saben, cuando no pueden… y abordamos la inseguridad natural de los niños con herramientas muy eficaces a corto plazo (castigamos, humillamos, avergonzamos, chantajeamos), ilusoriamente pensamos que también capacitadoras ¡Niños listos para moverse en este mundo!

A la furia de los chicos (lógica porque solo son niños y sus mentes inmaduras) se suma la del educador; y esta es la gran trampa en las relaciones humanas.

Los niños empiezan a experimentar desde su primera infancia una gran cantidad de furia. Es nuestra reacción inmediata a los problemas de convivencia. Acaban concluyendo que los entrenadores de vida, esos que se supone que tienen la ciencia para mostrar cómo funcionar en el mundo, son poco o nada confiables.

Se valoran las actuaciones infantiles en función de las consecuencias y se anula la voluntad del chiquillo, bien con castigos, bien con premios, para ¿asegurar que no vuelva a suceder?

Esto es lo que está estandarizado, tanto que hasta algunos especialistas también se apoyan en estos fundamentos de la mera corrección y el control a través de la amenaza, el miedo, la culpa y el soborno.

Las alternativas con que cuentan los niños para seguir logrando la irrenunciable conexión con el adulto (que es sinónimo de supervivencia), se decantarán por lucha, evitación o inhibición de las conductas. Así van apareciendo los efectos devastadores de la etiqueta, de la revancha, de la rebeldía, del retraimiento, de la insuficiencia…

El problema que tiene el niño es el adulto, con lo que sus respuestas de estrés a las situaciones conflictivas de la vida cotidiana se dejan sin abordar eficazmente; de una manera humanizada.

El problema (mal comportamiento), que nosotros vemos, es la solución que busca el niño a otro problema (que no vemos). Los niños no están haciendo las cosas a propósito, están resolviendo un problema de conexión, un problema de estrés.

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Solo soy un niño y quiero pertenecer

¡Solo soy un niño y quiero pertenecer!

Niños inseguros relacionándose a través del miedo.

Un nuevo enfoque:

La Disciplina Positiva muestra una manera de organizar la vida y de mejorar el trato humano. Nos ayuda a entender la naturaleza infantil, nos prepara para esa revisión íntima y profunda de qué educador estamos siendo. Con la conciencia, cada cual decidirá si necesita cambiar algo y cómo lo quiere modificar.

Entendemos que el respeto, la cooperación, la resolución de problemas a través de procesos afectivos y efectivos… son capacidades imprescindibles como equipaje para transitar los caminos de la vida personal e interpersonal.

Y también podemos asegurar que es menos probable que todas estas habilidades se desarrollen sin experiencias vitales en las que los progenitores y maestros no sean modelo de aquello que se les exige a los niños ¿Cómo podrán saber cómo se hace? ¿Cómo se aplica en la vida real la comprensión, la escucha, llegar a acuerdos, respetar pautas, responsabilizarse de las decisiones?

Lo que dice nuestra lengua no es lo mismo que lo que dicen nuestras actuaciones; lo que hacemos es casi determinante en la plantilla de vida que construye la infancia formándose a nuestro lado.

Más allá del impulso de la mera corrección y el control nuestra propuesta es decidir cómo queremos usar el poder de educador.

El autoritarismo tiene a la base el temor del adulto para controlar el mal comportamiento. A la larga no funciona, los chicos acaban con patrones de rebeldía o sumisión. Personas competitivas que imponen el poder de uno sobre el de los otros. Interacciones desequilibradas que resultan inestables y que invitan a la permanente lucha de poder.

La permisividad ha supuesto la reacción, el salto en el vacío en las relaciones educativas para huir del autoritarismo; igualmente no resuelve y sin embargo deja huella profunda en la autoestima infantil, en el desarrollo de su responsabilidad. Niños confusos, desorientados, que creen merecer todo sin hacer nada a cambio. A largo plazo, personas con sentimientos de incapacidad.

¿Cuál es tu estilo?

Los adultos tenemos mucho que ver en los problemas de conducta de los niños, no es cuestión de culpabilidad, se trata de responsabilidad.

Cualquier escenario imaginable de convivencia necesita de firmeza, sí, y de amabilidad también ¡Al mismo tiempo!

Eliminar el loco malabarismo, esta polaridad, es posible cuando el educador toma conciencia de que la autoridad no se logra imponiendo la fuerza, dominando al otro y que la dignidad infantil debe quedar salvaguardada siempre ¡Cuando se portan mal, también!

¡Crear entornos de respeto mutuo!

Así, sí se asegura la conexión con la infancia, así sí es más probable la receptividad, que quieran escuchar, que puedan participar e involucrarse en los procesos de manejo de los errores, en las inseguridades, en la creación de límites…

Tu calma educadora es la que evita estados hipervigilantes en los niños y a partir de ella podrán ir desarrollando sus propias habilidades de regulación del estrés. Sin autorregulación no se aprende bien y los problemas de comportamiento disruptivo no disminuyen.

Conexión y entornos libres de miedo o culpa. Este es el elixir en educación.

La dificultad está, no en los niños, sino en nosotros mismos que como educadores tenemos que mostrar y modelar lo que no aprendimos.

La Disciplina Positiva no es esencialmente un listado de tips para esta educación respetuosa. El inicio del proceso de acercamiento a esta filosofía es ese cambio del “foco”, es la revisión de la actitud con la que vemos, sentimos y hacemos educación. Es trabajar en nosotros mismos para llegar de una forma más compasiva a los niños.

Y con esa base sólida de principios y valores crear estrategias y poner en funcionamiento herramientas, a veces tan sencillas como:

Si no quieres ordenar, pregunta; si quieres obtener colaboración, pídela con respeto; si quieres alentar, pon tus frases en positivo, en negativo el cerebro las entiende peor y predisponen al enfrentamiento; si quieres ser escuchado, cierra tu boca no tengas la necesidad de que tu voz sea siempre la última que se escuche…
Así sí, tú puedes, es el momento de…

A educar también se aprende, mejorar las habilidades es posible.
Alienta, confía, orienta ¡Somos la oportunidad de una sociedad que promueva relaciones respetuosas!

Fotografías del banco de imágenes Pixabay

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Filed Under: Disciplina Positiva, habilidades emocionales Tagged With: Afecto en educación, Disciplina Positiva, Educar con afecto y firmeza, Ternura

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