Cuando un estímulo es significativo para nuestro cerebro, cuando atrapa toda la atención y cuando además es interpretado como placer y satisfacción salta la chispa ¡eureka! Y la dopamina empieza a inundarnos. Ya se ha iniciado el proceso de cambio de tu mente. A poco que el estímulo se repita y se repita estás, sin ser consciente, creando una nueva ruta cerebral. La neuroplasticidad se tiene toda la vida, se puede aprender siempre, y desde mis muchos años doy fe de ello.
Este preámbulo un poco aparatoso se traduce en otro no menos revuelto, la conocí, me interesó, me informé, la practiqué, viví la retroalimentación y hoy es una parte muy importante de mi vida. La Disciplina Positiva.
Puede parecer que fue un amor a primera vista, incluso allá por septiembre de hace dos años lo que os describía apuntaba a enganche impetuoso. Pero no, no fue así aunque suene bonito no hubo solo emoción. La había estado persiguiendo mucho tiempo atrás, en ese vericueto que es mi desarrollo profesional. Múltiples inquietudes. Qué le voy a hacer, me rindo, no puedo dejar de hacerme preguntas. La que se lleva la palma “las personas más importantes en las vidas de los niños ¿cómo estamos asumiendo la labor?”.
Puedo equivocarme pero pensaba que ni era filtro personal, ni una impresión catastrofista, las relaciones educativas están aquejadas de algún extraño mal. Camuflado, escurridizo.
La infancia no está bien atendida.
Desde planteamientos lo más racionales posible, he dado palos de ciego en mis escritos, siempre, cuando me atoraba en el proceso de reflexión, acababa escribiendo “no veo al niño en las interacciones educativas”. Llegaba a la conclusión de que no podía avanzar y expresaba la impotencia. Quería ser mi SOS para su SOS “Algo estamos haciendo regular”.
Los niños no nacen defectuosos, es la vinculación con el adulto la que adultera que puedan culminar procesos vitales de seres tolerantes, comprensivos, responsables, respetuosos…
Del dónde estamos al dónde queremos llegar en educación median factores que suponen zancadillas, unas con calidad de barrera más salvable, otras se convierten en trompazo (veáse la patologización de la infancia). Y no tardando aparece el malestar del educador, desde la inseguridad y la desmoralización a la bancarrota.
Estas observaciones, no fueron un autosabotaje a la esperanza, tampoco perseguían la perfección, eso no existe. Sin interés en tildar de bueno o malo, pienso que eran puras observaciones lo más objetivas de lo que era capaz. Y me sirvieron, fueron estímulo y coraje, esa es la gran baza de tomar consciencia del error desde una actitud compasiva y ética.
Caramba, ¿somos o no educadores?, pues si lo somos es obligado actuar y si es necesario, romper con lo que lastra. Ponerse las lentes, empezar a ver. La queja sirve, puntualmente, no más. Si queremos resultados hay que tomar conciencia, implicarse y trabajar… no es cuestión de culpabilidad como os decía, se llama responsabilidad; nuestra actitud, nuestra práctica tiene impacto en la vida de los niños.
Bien, pues con esta cantinela me he acostado muchas noches, veía víctimas, sí, tengo que mencionarlo, los niños.
Si antaño lo fuimos de estilos educativos autoritarios, hoy lo son de metodologías permisivas o afectadas por las consecuencias del baile entre ambos enfoques.
Del «lo haces así porque yo lo mando» al «todo lo debe hacer el niño como quiera» ¡pobres míos, con menuda mochila de responsabilidad hemos cargado las espaldas de los niños!
Los niños deben construir su aprendizaje pero cuidado, es el adulto el responsable…
Y ves niños que crecen ¿crecen? tan solo al albur de sus instintos porque no tienen un adulto educador que les acompañe en el proceso que nos hace realmente humanos, el de la trascendencia. Y esta solo se logra cultivando toda la vida los talentos para adecuar nuestros impulsos sí, en nuestro beneficio y en el de los demás. Esto pasa necesariamente por aprender a conocernos, regularnos y responsabilizarnos, sin complejos para ser firme, con el imprescindible autocontrol para ser amable, en momentos de estrés también porque es cuando más nos necesitan. El niño solo puede optimizar desarrollo con un educador sensible, constante, afectuoso y comprometido.
¿Comprometido con quién? El respeto empieza por uno mismo. Hijos de la educación correctiva nuestra voz interior se enmudeció a fuerza del control, sin legitimidad para ser, sin legitimidad para equivocarse. Sin embargo la finalidad de todo ser humano ejerce una fuerza imperiosa, necesitamos sentir que tenemos espacio personal, que decidimos, que somos valiosos y optamos ¿desde nuestra voz interior? Otra vez presos de nuestros posos, manipulados por tendencias exacerbadas y exacerbantes que no cesan, como cantos de sirenas, de empujarnos a relaciones de marketing en la maternidad, en la enseñanza; escaparates de respeto y niños auténticamente invisibles.
Hay mucha inseguridad, incluso rabia de fondo. Y reaccionamos en vez de quedarnos a solas con nosotros mismos y analizar y comprendernos y querernos para poder cuidar, atender y educar.
Dolían las consecuencias del estilo punitivo y controlador, duelen las del estilo que se olvida de que la mente se alimenta de experiencias y que todas no valen para desarrollarse de manera óptima.
En la permisividad, el niño está desestimado.
Llevo casi dos años formándome en Disciplina Positiva, dialogando con mi voz interior, compartiendo, observando y creciendo con las experiencias de muchas familias y docentes. No hay pócimas mágicas, hay un reto importante al que solo tú, padre/madre/educador puedes decir sí, adelante. Es esforzado, comienza en ti mismo, es otra actitud, es vivir a la manera de la Disciplina Positiva, la que un día soñaron Adler y Dreikurs como mejora de la humanidad. Está en nuestras manos ¡Nosotros decidimos!
Te invitamos a conocerla. Taller de Certificación Internacional «Educando padres a la manera de la Disciplina Positiva», en noviembre, en Escuela Gran Vía. Seguimos reflexionando sobre las relaciones con la infancia…
Deja una respuesta