Nada más alejado de la realidad que juzgar tu praxis educativa. No me leas con ese planteamiento, si lo hicieras, si no consigo trasladar el mensaje, habré perdido una oportunidad dorada para que podamos pensar. Mi interés no es recompensar o quitar valor a lo que cada uno de nosotros hacemos como educadores. La finalidad es la reflexión sobre ese tema importante que nos traemos muchos entre manos, la educación infantil, y en la medida que esté a nuestro alcance, ayudarnos unos a otros para «ganarnos a los chicos».
Busco conectar con otras inquietudes y experiencias. Busco coherencia entre lo que decimos que queremos para los niños y lo que hacemos para educar. Que miremos hacía nuestros sentimientos, y a los pensamientos que nos llevan a las decisiones que tomamos. Que pongamos el énfasis en el proceso que se abre con cada alumno, con cada vida, con cada responsabilidad. Que miremos hacia los sentimientos del niño, y a los pensamientos que les llevan a las decisiones que toman.
Ser conscientes allana el camino.
Luego, que cada cual elabore sus conclusiones si es que la propuesta lo merece.
Se va a iniciar este 2014-2015 con dos talleres en la escuela, Disciplina Positiva para familias y Disciplina Positiva en el aula, impartidos por dos expertas en este programa, Gina Graham y Gigi Nunez. En fechas distintas pero nada más que el calendario las aleja porque la propuesta es la misma, aprender a mejorar nuestras pautas y estrategias educativas en la interacción con los niños.
Aprender a educar con respeto mutuo, alejados de estilos autoritarios que solo se enfocan en resultados inmediatos obtenidos a través del control, el premio y el castigo, alejados de estilos permisivos, que dejan al niño carente de un marco de normas claras y consistentes que le impedirán lograr el autocontrol emocional.
Sí, no he acabado de escribirlo y ya estoy oyendo la queja sempiterna ¡Ojalá fuera tan fácil hacerlo como escribirlo! Pero la dificultad no debe ser un obstáculo insalvable.
Es ya costumbre en este blog expresar las inquietudes, compartir los deseos y también narrar cómo lo intentamos, ir desgranando, deconstruir (humildemente pero con todo el tesón) lo establecido, para poder comprender, procesar e integrar lo que nos pasó, lo que nos pasa… con el ánimo de mediar en el futuro.
El inicio, el primer paso en la hoja de ruta, ser conscientes de que lo que vivimos como educandos en nuestra infancia son mapas mentales, lo que nuestro cerebro elaboró como generalización para dar respuestas al mundo, son filtros que condicionan la manera en la que actuamos y tomamos decisiones, el estilo de docencia que practicamos ¿Alguna vez nos paramos a pensar de qué manera nuestro estilo personal influye en la conducta infantil o actuamos de un modo mecánico? Podríamos hacerlo, estamos acompañando formación personal…
Una vez que asumes que comprenderte a ti mismo te descubre cuál es al lente con la que ves a las personas, sus intenciones, sus actitudes… crece el deseo por saber más, por encontrar respuestas ¿Está bien cuidada la infancia? ¿Hay que asegurarse de haber invertido esfuerzo en poner orden en nuestra propia experiencia vital como educadores para poder guiar de manera adecuada a las nuevas generaciones?
Nos hace falta parar y contemplar la imagen que nos devuelve el espejo de la introspección. No, no hace falta entonar el mea culpa, tampoco se trata de ponerse medallas. Aparquemos las «evaluaciones al peso de resultados». Se trataría de algo tan obvio que desespera que no lo exijamos, que no nos lo exijamos. Para educar hay que estar formado. No en lo académico, claro, eso es de dominio público (?), hay que tener consciencia de tu componente humano, emocional, social ¿Qué piensas, lo ves necesario? Los gestos, las palabras, las miradas, la entonación, los silencios… ¿son mensaje en educación?
Hace ya tres años, cuando aún no conocía esta filosofía, la Disciplina Positiva, emprendimos una aventura arriesgada, cargada de ilusión y también de urgencia. No lo cuento para echarme flores, solo sentí la necesidad que no podía contener. Necesidad de sosegar la conciencia cuando la consciencia se hizo patente.
Consideraba que perdíamos el tiempo en echarnos culpas unos a otros, familia, escuela, escuela, pediatras. Que perdíamos el tiempo con fórmulas genéricas que quieren abarcar a todos como si cada chico no fuera único (antes no había programaciones de adaptación a las escuelas, ahora, hay programaciones de una hora y media para todos). Que nos desperdigábamos, que perdíamos de vista lo importante, que no veíamos al niño. Que no encontrábamos el momento para conocernos, para charlar, para responsabilizarnos cada cual de la parte de contribución que tenemos con nuestra actuación en el comportamiento infantil.
Convocamos a las familias, a los sanitarios, a los compañeros docentes, a formar comunidad educativa real. Los años de práctica profesional se habían vuelto tozudos, machaconamente tercos, no se puede educar a los niños desde compartimentos estancos. El niño nos necesita cercanos, coherentes (donde yo digo «so», tú no puedes decir «arre», esto no es diversidad, se llama contradicción), el niño necesita comunicación entre los núcleos que de manera significativa trenzamos su vida ¿Cómo puedo entrenar a un niño en valores, en principios, en habilidades sin el acuerdo consciente entre las dos partes que acompañamos el desarrollo? ¿Cómo puedo guiar en resolución de conflictos si desconozco cuál es la referencia familiar? ¿Cómo puedo entender por qué actúa como lo hace, qué le motiva o que le desmotiva, si no alcanzo sus razones?
¿Cómo puedo saber quién eres, qué necesitas, qué debo darte, qué puedo pedirte? ¿Cómo puedo hacerlo sin comprenderte, sin comunicar?
Más que un sueño se convirtió en una pesadilla. Ya no valía lo que estábamos haciendo, ya no me valía.
Y efectivamente el proyecto tuvo y tiene mucho de generosidad pero también tiene mucho de aceptación de un contrato, de una obligación que asumí hace muchos años. La ética profesional se me vino encima, mutó en espada de Damocles. Una vez que tomé consciencia ya no podía soportarlo. Debía cumplir con alguien muy importante en mi vida, el niño. Ya conocéis como fue el proceso… os libro del relato aunque me gusta mucho evocar nuestra historia porque la experiencias que compartimos le dan significado.
Después, el curso pasado, con la certificación como facilitadora de padres, no llegó el alivio, todo lo contrario, cobró aún más fuerza el deseo, cada frase, cada contenido venía a confirmar lo que llevamos haciendo estos cursos. Intentarlo, al menos intentarlo. Equivocarnos, ensayar, aprender. Conectar.
Fomentar una educación que comunique de manera efectiva con el niño parte del reconocimiento de que la motivación del comportamiento infantil y de cada uno de nosotros, de todos, es sentir reconocimiento y valía, es pertenecer a tu entorno humano, familiar y social. Todo lo que hace el niño, todo lo que va a hacer tiene una razón, lograr ser aceptado, lograr ser valioso.
Si habéis leído la frase anterior de corrido os invito a releer ¿Cuántas veces los docentes tenemos en cuenta cuáles son las genuinas causas del comportamiento infantil? No tenemos tiempo, no tenemos ganas, no tenemos conocimientos… yo que sé, mil justificaciones. Rellenamos programaciones, cumplimos objetivos, hacemos actividades, agendas completas, sin aire para respirar. Trabajamos mucho sí ¿Pero realmente tenemos en cuenta al niño? ¿Y si lo tenemos en cuenta es para respetar sus sentimientos y ayudarle a manejarlos o tan solo nos interesa que sea el niño que queremos que sea en ese momento?
Ya no me planteo estirar la mirada a otras etapas educativas porque si esto pasa en infantil no voy a hacer sangre con lo que sucede traspasada la frontera a lo académico por decreto.
Bueno, si alguno piensa que es dramatizar me alegraría un montón, supo dar prioridad a lo que la tiene, ver al niño, entender al niño, ganarse al niño. Esto sí debería ser obligatorio en el currículo, en la mochila profesional de un docente.
Los niños llegan a sus propias conclusiones a fuerza de observar a los que le rodean y acumulando experiencias acerca de ellos. Las actitudes y convicciones que adquiera formarán la base de su propio estilo de vida» R. Dreikurs.
No es fácil. Ser buen docente no es fácil. Tener lo suficientemente claro lo indispensable y lo suficientemente dudoso todo lo que nos aleja de las verdaderas prioridades. Tener nervio para que cada situación sea oportunidad placentera y permita aprender, tener la suficiente calma para que cada situación deje de ser desierto emocional, tener la sabiduría para que cada situación dé lugar a vinculación con un montón de corazones que te deben sentir amigable.
Al fin, ser maestro no es sencillo pero hay pocos profesionales que tengan tanta potencialidad de cambio en sus manos. La exigencia debe ir en consonancia.
Al menos intentarlo, porque no se trata de lo que hacemos como docentes, cuando hablamos de educación, hablamos de quiénes somos con los niños y las posibilidades que creamos para que ellos puedan ser.
Por todo ello, porque hay que seguir aprendiendo, de nuevo Escuela Gran Vía se convierte en escenario de investigación sobre un programa, Disciplina Positiva; que invita a desarrollar relaciones más cariñosas y comprensivas con nuestros alumnos. Si nos quieres acompañar escribe a la dirección de correo que figura en la imagen, si quieres conectar con esta inquietud de mejora de la infancia y no puedes asistir a los talleres síguenos en Facebook o bien, si mis discursos tantas veces apasionados no te aturden, lee este blog, seguiremos compartiendo nuestra aventura de aprendizaje.
Hay otra manera de educar incorporando a los niños a las tareas de su comunidad, aprovechando sus cualidades y también sus defectos, inspirando optimismo creador en los educadores para transferirlo, provechosamente, a los niños, en miras a la consecución de un mundo mejor. Rudolf Dreikurs
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