Desde hace muchos años impasible aparentemente, nos acompaña un abeto que llegó joven al centro. Sin mucha exigencia creció y cada año, generoso, extendía sus brazos para abrazar los motivos navideños que nos empeñábamos en colgar.
No podíamos seguir sin apreciar su presencia en el proyecto, es nuestro Amigo Árbol de diciembre. Sin salida a un parque nos hemos saltado la estructura del plan de trabajo porque esta vez el interés estaba dentro. Además la Navidad ha llegado y con ella la actividad frenética, las evaluaciones, la salida al circo, los preparativos de la fiesta, aparentemente como todos los años, pero no es así. Había que pensar qué Navidad queríamos transmitir a los niños. Y la realidad es tozuda, por más que nos empeñemos en luces y brillos ya hay pocos de nosotros que bien de manera personal, bien en las carnes de allegados, no muestren las huellas de una época difícil. Desilusión, tristeza, apatía o incluso rabia se instalan sin invitación en el corazón.
Con estos condicionantes parece surrealista escribir sobre el oropel navideño al que nos ha acostumbrado más el mercado que la tradición. Pero no quiere mi artículo ser una descripción catastrofista, nada más lejos de mi intención. Y no lo es porque hay una fuerza poderosa que todos los días me recuerda que no es el momento del abatimiento, la mirada de los niños.
Ahí sí que hay brillo y luz, energías que te revolucionan, te hablan quedo al oído y con entonación firme exigen lo mejor de ti aunque tengas que bucear muy dentro de tu alma profesional. Que manejes la frustración, que hagas acopio de resiliencia y que inventes para ellos con ilusión.
Con los motivos definidos solo quedaba buscar las experiencias que convocasen a esos valores que urge desempolvar. No hace falta mucha imaginación, la red está sobrada de ella. De una propuesta ecológica, de otra solidaria, de platos/collares africanos, de pastas horneadas… se pinta nuestra Navidad.
Familias como siempre en la escuela, enREDadas, amigos tuiteros (Araceli), mamás de exalumnos (Marina), todo el mundo aporta. Unos con recetas, otros con ideas, amasando, decorando… el abeto y el árbol de diciembre mecen color y sabor y un comedor social recibió un soplo de calor.
Pero no somos nosotros los adultos los que más hemos dado, los niños con su trabajo de hormiguitas nos han enseñado el valor de la motivación y el esfuerzo. No es amor de educadora, podéis verlos…
¡No te rindas! ¡Feliz Navidad a todos!