¿Dónde y cuándo comenzamos a traspasar la línea entre adaptabilidad y la insensibilidad? ¿La información se va apoderando de nuestra mente hasta hacernos criaturas indefensas no solo al virus sino a los patrones de ceguera que se están instalando en tantos corazones?
Son muchos meses de pandemia y desconcierto.
¿Cuál va a ser el resultado de tantas experiencias vitales «reales» de dolor, separación y sufrimiento? Más allá de tantas noticias en las que nos dejamos embaucar por imágenes que ya no existen y que hablan de situaciones falsas, nos va envolviendo el desamparo edulcorado.
Somos seres profundamente sociales y esta pandemia y su gestión promueven el desapego. Para los seres que basan su salud psíquica en la comunicación facial, la postura, el tono de voz, las señales de afecto… la negación de lo imprescindible nos sume en la vulnerabilidad.
Más que otra cosa, la falta de empatía con el dolor del que ha experimentado la enfermedad o incluso la tragedia de la pérdida, sin atenciones emocionales, sin proximidad, no le permite al cerebro el mensaje de calma.
¿Estamos tapando el desequilibrio de manera ficticia?
Hay muchas pérdidas y sabemos poco de cómo se están abordando, no sabemos cómo proceder para restaurar la estabilidad emocional ¿Se ignora y seguimos como si nada estuviera pasando?
Es falso que podamos engañar al cerebro, quizás lo consigamos temporalmente, sabemos lo que nos está haciendo sentir mal sin embargo hemos descartado un papel activo para no quedar condicionados o sencillamente vencidos por la adversidad.
La finalidad en este momento podría ser mantener a raya el miedo y la ansiedad de manera que nuestra propia autorregulación nos siga permitiendo captar lo que sienten los demás.
Meterse en la espiral de «un espectro consumista de disimular» nos desconecta del mar de rostros y experiencias que están pasando a la categoría de irrelevantes.
El abandono de la salud emocional daña la confianza que en definitiva es la «entrada al mundo de todo ser humano».
Los patrones de evitación se evidencian ya. Cuando las personas llegan a la conclusión de que no se tiene a quién acudir, en vez de necesitar a los otros para progresar como personas solo vemos en los otros que la posible oportunidad de «supervivencia» a la vez es fuente de temor.
Las plantillas traumáticas vienen para quedarse, subyacen a sentimientos y decisiones y alejan la esperanza de que nuestra intervención puede hacer que las cosas sean diferentes. La disociación de las realidades de tantas familias en estos momentos es un factor crítico para integrar lo que nos acontece.
Leo de manera incesante en redes sociales, también la prensa ¡Cuánto esfuerzo fracasado! ¿A qué estamos? Abordando temas que si bien en otros tiempos hubieran sido relevantes ahora me resuenan como desintonizados ¡Cuando el cerebro está en amenaza no es tiempo de las mejores de nuestras decisiones!
Parches, ajustes de cuentas, rostros inexpresivos cuando no mirando al suelo… poco de experiencias reales compartidas.
¿Dónde están las elecciones que hay que tomar?
¿Nos estamos haciendo conscientes de que hoy por hoy lo inexcusable es el abordaje de los traumas?
Cuando las personas nos sentimos seguras y conectadas con los demás dejamos de ser invisibles.
En el mundo caótico de la era COVID-19 me gustaría poder decirme a mi misma que estamos haciendo lo adecuado para salir airosos de una situación muy difícil aplicando las energías a lo que sí importa en este momento, el ser humano INTEGRAL.
Hoy me entraron las dudas y dicen que la escritura nos ayuda a poner en orden las ideas. Me inspiraron una palabra tomada de José Antonio Gabelas, #disidencia.
- Disiento de perdernos a nosotros mismos por praxis superficiales que nos alejen de los otros.
- Disiento de que se instaure en mi plantilla vital la insensibilidad hacia la penuria de tantas familias. Quiero que me duelan lo suficiente para mantenerme proactiva.
- Disiento de políticas, decisiones y programas que solo velan por su ombligo y se alejan del bien común.
- Disiento del engaño de una ¿cultura de bienestar?, que no soporta perdernos como consumistas sin freno de lo que no necesitamos.
- Disiento de toda medida que no contemple la salud mental, que no aborde lo que cada persona tiene en mente… porque las memorias de hoy son la base de las memorias del futuro.
Esperanza
La mayor esperanza siempre está en el mismo lugar, nosotros mismos. Hay mucho redentorista, sin embargo no nos dejemos hipnotizar, el camino es esforzado y será o no saludable en la medida en que nos empoderemos de nuestra parcela de poder, la personal.
Sin renuncias en lo esencial para respetarnos a nosotros mismos, con flexibilidad para que seguir comunicando con nuestros semejantes desde lo que nos humaniza, la empatía, la compasión y el afecto.
Gracias por leer, seguramente este artículo me hacía falta.
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