
Una carta más. Son tantas las que ya se van acumulando en este blog que se podría recorrer a través de ellas el paso de mi tiempo por estos espacios tan abiertos y tan oscuros que son las redes sociales.
Quiero con este gesto, una vez más, recuperar el espíritu de esta fiesta. La fiesta del reconocimiento, del aprecio. Y que con ese espíritu se contagie mi alma entera hasta quedar inundada de una sensación de que todo lo mágico es posible.
Las relaciones que he vivido este año apuntan a pensar que cada vez somos un mundo más interdependiente en el que casi todo lo que se siente, piensa y hace repercute en los otros.
Y muchas veces he sentido también que es necesario que aprendamos formas nuevas para relacionarnos con los demás. Hay personas que ya lo hacen. Doy fe.
Representan lo mejor de lo que somos capaces los seres humanos y de lo que se consigue exprimiendo el músculo llamado corazón. Lo he vivido en primera persona, no hablo de mi, sino de lo que he experimentado conviviendo con esos otros. Singulares, importantes, necesarios.
Si te cruzas con ellos cuentas con oportunidades de asistir a uno de los espectáculos más sublimes, el de los logros que no salen en la prensa, que no venden bien, que son poquita cosa.
Fomentan relaciones buenas, sanas, hacen posibles los milagros. Hacen gestos que parecen fáciles porque se muestran como naturales, casi como si no exigieran esfuerzo. Y también es frecuente que se escapen al ojo humano. Y pasen casi inadvertidos.
Hay muchos. Pero hay que tener mucho cuidado en aprovecharlos bien
Allí donde hay una preocupación, generan, con una mirada, con un toque suave, con un rumor… la confianza, la seguridad, el calor, el afecto. Conozco y conocéis, sin duda, a personas que caminan por la vida con este traje modesto, seguro que sí. Que se hacen preguntas sobre cómo ayudar a los otros. Y los otros se sienten bien y actúan afrontando las dificultades y gozan hasta de resiliencia.
Parece como si hubieran nacido con estrella, que no sufren situaciones difíciles; y por eso no tienen tanto mérito. Fue la suerte, ellos no hicieron nada para lograr el éxito de lo humano.
Hacen de lo incomprensible, luz, en lo devastador estalla la moderación; en la amenaza desaparece la vulnerabilidad.
Afrontan los problemas sin perder ni un ápice esencial de las posibilidades que da la condición de «humanidad».
Es su mano sobre los asuntos y las cosas la que cambia el curso.
No hablo de utopías, escribo de lo que veo, de lo que hacen muchas personas.
No son «trending topic», son mujeres y hombres que suponen esperanza en un mundo convulso e incierto.
Es no obstante, o al menos me lo parece, difícil, aquietar el espíritu. Estos, la esperanza, se quedan muy ocultos.
Se da relevancia, en el mundo en general, a los peligros de una sociedad que se vende como bienestar. Los hechos violentos, los temores abrumadores. Hechos que sutilmente nos invitan a desviar la perspectiva. Nos sentimos amenazados. No es extraño que se busquen subterfugios, no se puede vivir haciéndose sensible a tanto despropósito.
Por eso mi carta de hoy, para VOSOTROS, los que iniciasteis el goce de la generosidad, del compartir, quiere ser de reconocimiento a tantos que siguen perpetuando aquello que nos hace trascender, la bondad.
Hay portadores que la inoculan en vena.
La carta que os escribo todos los años dejó hace mucho de ser una solicitud. Cada año me venís bien; parar y pensar qué puedo y debo regalar y regalarme ¡tan sabios sois que al menos luces de neón iluminan mi escenario de vida durante unas jornadas!
Enfoco y veo el tesoro.
No es que no tenga necesidad, en detrimento del oprobio que pueda resultar esta afirmación, tengo que decir que necesito muchas cosas. Sin embargo aprendí a esperar mucho, de mi misma y lo hago porque sé que cuando fallo, cuando no encuentro, cuando no puedo… ahí, al lado, siempre hay experiencias de otras personas que me van a permitir entender y aunque sea agitadamente, también aprender.
Quiero poner entre líneas una lupa muy grande para que no se me escapen los portadores de la esperanza.
Usando otras palabras, quiero que el mundo entero cuente con los portadores de escucha, de comprensión, los que invitan a la colaboración, los que se ayudan a sí mismos y ayudan a los otros.
Tantas perspectivas diferentes, diversas, me enseñaron un denominador común; que hay algo que nos salva de nosotros mismos, tener en cuenta las necesidades de los demás.
La vida debe ser un cúmulo de oportunidades de crecimiento personal. Habitar el mundo para trascender. No se trata de alcanzar el privilegio de ser el ombligo del mundo. De esto se valen muchas veces la redes sociales. Imágenes ilusorias de egos sobredimensionados. Luz de gas, otras tantas el espejo del esperpento. Nos ¿ayuda?, y nos agota. Porque hay insinceridad. Por momentos desestimo y casi aborrezco el lenguaje pretenciosamente honesto. No digo que yo no caiga en sus trampas. Ni mucho menos. Sí que forma parte de un cambio que no es tal.
El cambio lo hacen los que son capaces de concebir la vida como oportunidades cruciales para mantener un presente humanizado y así proteger el futuro.
Este año en mi carta quiero que tenga cabida la vida de peligros compartidos, vida que se les ha negado a muchas mujeres por el simple hecho de serlo. En estos pocos párrafos también presente la reconciliación social, el lenguaje que no hablan los que tienen en sus manos proyectos y destinos de muchos. Espacio especial para la ayuda, esa que se les niega a muchos niños, aislados, con emociones congeladas, ninguneados, no sentidos.
Me gustaría que estuviera llena de reconocimiento y aprecio por los esfuerzos en reuniones sensatas, en comunidades con sentido de humanidad, en decisiones que tengan en cuenta a largo plazo las necesidades del prójimo… que sean disruptores de tanta práctica abusiva.
Una carta para reseñar e invocar a la magia. El año pasado escribía que tenemos cada uno de nosotros una varita. Lo sigo creyendo, fervientemente.
El arte de la varita solo es visible cuando se aplica con sutileza, ante las dificultades, con un esfuerzo prologando, escapando a un mundo fantástico que casi encontraremos utópico. Es fácil que no se aprecien logros inmediatos en la realidad. No importa, perseverando aparecerán los efectos.
La clave consiste en no rendirse, en confiar, en aprender a ver que las amenazas no van a desaparecer pero que es el ser humano, como diseñador de un mundo mejor, el que puede adoptar y llevar a cabo la sensibilidad, el afecto, la cooperación… es difícil, no imposible.
Mi carta, personal, casi impúdica, es para VOSOTROS, los que fuisteis pioneros en la generosidad y el reconocimiento. Seguid, no os rindáis, para que nuestra infancia tenga la magia de muchos portadores de sueños, siempre a su lado.
Os pido compasión y aliento.

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